Atento a las luces del semáforo, Serafín alcanzó a ver algo que cruzó, arrastrándose, frente al camión 12 toneladas que conducía, y de manera automática, instintiva, frenó a fondo. El Malamadre y el Guapo, sus macheteros, despertaron de súbito por el atrancón:
—¿Pus qué pasó, Serafo? ¿Estás enojado o qué? ¿Te da envidia y me despiertas porque tú no puedes echarte una dormidita?
Serafo los tiró de a locos, puso el freno de mano, abrió la puertezuela y descendió mientras los macheteros de neuras no lo bajaban:
—Cada vez está más nervioso el man —dijo el Guapo—: ni en su casa lo soportan y aquí viene a soltar toda su bilis; me canso ganso que en la próxima junta del sindicato sí le meto un reporte, para que le baje de güevitos y no sea tan manchado el man.
—Dale chance —dijo el Malamadre—: se bajó a levantar algo; con que no le haya pegado a un cristiano. Anda muy acelerado el Serafo, aramí que en su casa no lo dejan subir al guayabo. Por sus pinches prisas nos arriesga a todos…
—¡Pues yo creo que sí atropelló, mira!
Y en efecto: el chofer levantó y llevó en brazos a una persona, llegó a la banqueta que separa los dos carriles, cruzó y depositó en la banqueta el cuerpo, junto al puesto de dulces y refrescos; pegó carrera de vuelta al Ford 12 toneladas y aún agitado exclamó:
—Es el Hombre Boa… Un día de estos alguien lo dejará embarrado en el pavimento. Pa’ mí que ya quiere irse al cielo, pero no seré yo el que le dé boleto.
Nuevamente al volante, quitó el freno de mano y pulsó la palanca:
—Los cabrones de su familia vienen y lo tiran sobre el camellón, pa’ que la gente le aviente limosna a su charola; un día se les muere del puro sol que le pega todo el día, y se les terminará el negocio. Ahí donde lo dejé cuando menos la dulcera le regalará una botella con agua, para que no se le sequen las ramas al hombre.
El Hombre Boa reptó para que la dulcera advirtiera su presencia, levantó los brazos y cachó la botella. Ávido, la destapó y se prendió hasta agotar su contenido. Luego, con sus encallecidas y cochambrosas manos comprimió el envase y lo metió entre el hule que protegía su panza.
Porque algún alma samaritana se comidió y revistió con trozos de cámara de llanta el vientre, manos y rodillas del Hombre Boa; así, transita por el barrio hasta que, al caer la noche, los que la gente considera sus familiares llegan a levantarlo y apropiarse del dinero reunido en la palangana.
—Aprendan, cabrones que de todo se quejan: ese hombre, aunque no lo crean, trabaja; aunque sea por morbo: la gente paga por el morbo de verlo y es como decir: toma, porque verte así ayudas a no verme yo y mis mostrosidades…
—¡Ora ya le salió lo predicador al man! Pus que pasó: mejor acelere y agarre rumbo a la fonda, que ya hace hambre.
—¡Tengan sus cremas, para que se harten! —dijo el chofer al tiempo que encogía los dedos de la diestra y la agitaba frente al rostro de sus macheteros—: ¡sus cremas, par de puñales! Y agárrense a veinte uñas, que voy tendido antes que me cierren la bodega de la ferretería.
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Recuerdan a López Velarde a 100 años de su muerte.
“El escritor Vicente Quirarte hizo un recuento de la vida del poeta mexicano, que transcurrió de forma paralela a la de otros autores…”
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— Fusilerías (@fusilerias) May 8, 2021