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Del cinismo al cielo

Nadie está a salvo de dejar las decisiones al subconsciente en 95 por ciento de las veces y dedicar el 5 por ciento racional a justificar lo que ya dictó “el corazón”

Sólo nuestra percepción es la que nos otorga la realidad o verdad para cada uno, no los hechos concretos. Eso no existe: cada acontecimiento pasa a través de un tamiz que llamamos marco referencial. Ahí se entretejen experiencias, credos, costumbres, idiosincrasia familiar y un momento geográfico-histórico específico. Son los innumerables factores que determinan la manera de pensar, sentir y actuar ante un acontecimiento determinado.

Con la percepción también escribimos nuestra historia. No es lo que vivimos, sino como lo interpretamos y contamos.

Así, todos reaccionamos diferente a un estímulo concreto, cada uno le da significados y dimensiones distintas. La mente, a fin de cuentas, puede ser el cancerbero o un ángel. ¿Por cuál optar? En general hay una bifurcación clara. El tajante maniqueísmo en el pensamiento positivo y negativo.

Pero más allá de ese sesgo particular, que extrañamente tilda de inteligentes a quien es capaz de inferir sombras y acciones ocultas en todo, existe una práctica cada vez más común de reducir personas y eventos a su expresión mínima, siempre la más concreta y objetiva… pero también despersonalizada y fría.

Así, un beso se reduce al roce de los labios sobre la piel con mayor o menor intensidad. No hay más. Se queda desprovisto de fantasías y construcciones mentales como cariño, amor o pasión. El reduccionismo es tal que acota el acto amatorio a los 11 minutos que se prolonga un orgasmo.

cinismo
Crédito: Xinhua

Este proceso de desmitificación y “depuración” de los significados contextuales es peligrosos: puede conducirnos al cinismo y asumir, pragmáticamente, que todo es irrelevante y anodino. Y los amaneceres se limitarán a ser transiciones de otro día. Adiós a la belleza, la conexión con seres de otros reinos y un sinfín de connotaciones.

En el extremo contrario está la ensoñación permanente. El embellecer todo, desde la brutalidad de un portazo a una traición. Es posible comulgar con infinitas heridas y preservar el candor con una mentalidad de “todo lo que ocurre, sea lo que sea, es por algo bueno”. Así, nunca se logrará ver la faz obscura de algo, pero tal mentalidad es caldo de cultivo al autoengaño.

No ver la realidad no modifica las condiciones de nuestra vida o de un hecho concreto. Es solo empecinarse a andar con una venda por la ciudad. El riesgo de esto es que no se puede lidiar con un problema ni solucionarlo, porque optamos por invisibilizarlo.

Ante tales posturas contrapuestas, el pensamiento negativo y el exacerbado e irreal mandato de ser positivos, ¿cómo podemos abrazar la realidad?, ¿qué camino transitar cuando se presentan las disyuntivas de optar por el cinismo o la credulidad ciega? Generar un camino alterno. La vida no es blanco y negro. Nuestras decisiones, trascendentales o superficiales, se basan en infinidad de motivos y razones.

Nadie está a salvo de dejar las decisiones a la mente subconsciente en 95 por ciento de las veces y dedicar el 5 por ciento racional a justificar lo que ya dictó “el corazón”; sin embargo, es momento de equilibrar. Rehusarse a restringir la emoción hasta ahogarla, pero tampoco darle el libre timón de todas nuestras decisiones de vida.

Es momento, entonces, de crear una ruta alterna que no se acerque al cinismo y nos obligue a desposeer todo a la mínima expresión, pero tampoco caer en la banalidad de “todo es perfecto”. Estar ahí y ahora, la consciencia plena, es la opción de vida.

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