Juncal

Crónica | María Juncal: flamenco y poder de una mujer

Acompañada de otras tres personas que, al igual que yo, no tenían ningún conocimiento en flamenco, nos animamos a cerrar el año con una noche diferente

A las nueve de la noche del pasado 21 de diciembre —con el cansancio de fin de año a cuestas y mi habitual desánimo ante un evento nocturno que no sea leer metida en la cama— llegué al Juncal Tablao Flamenco en el número 293 de Avenida Álvaro Obregón en la colonia Roma. Acompañada de otras tres personas que, al igual que yo, no tenían ningún conocimiento en flamenco, nos animamos gracias a la invitación de una querida amiga. La premisa: cerrar el año con una noche diferente a todas las demás.

Nos ofrecieron la mejor mesa: al centro pegada al escenario. El espacio era parco, sin ningún elemento innecesario o superfluo que distrajera la atención. La luz tenue nos hizo sentir en una esfera íntima perfecta para conversar; se nos abrió el apetito y pedimos varios platillos al medio. Devoré las patatas bravas, los pimientos del padrón y la tortilla española. El espectáculo empezó a las 9:30 pm en punto.

Juncal
Foto: Alberto Kritzler

La primera palabra que me viene a la mente es imponente. Una mujer vestida de negro, con porte sobrio y clásico, se planta en el escenario delante nuestro, con una postura y expresión facial soberbios que a mí me dejan sin aire (sin siquiera haber empezado a bailar).

María empieza a mover los pies de forma contundente, hipnotizándonos, en el acto, a mí y a todos los que me acompañan. A partir de ese momento, el baile se desarrolla casi todo el tiempo a una velocidad de vértigo: con vuelcos de lo alto hasta el suelo, esta mujer se traga a saltos el espacio; tanto, que yo miraba sus pies con miedo a que pisara fuera del tablado, cosa imposible, porque María tiene un dominio perfecto del espacio. Coloca su cuerpo en el lugar preciso, en el momento preciso, a cada instante, sin por ello dejar de abandonarse o demostrar el evidente gozo que experimenta.

Dentro de todo ese movimiento, súbitas pausas permiten un suspenso casi aéreo que da cabida a bellísimos contoneos dramáticos en cámara lenta. Mientras tanto y todo el tiempo, el acompañamiento de la guitarra de Alfredo Millán, de Héctor Javier Aguilar en las percusiones y del cante de Cachito Díaz y Jesús Flores, escoltando bellamente la furia en el baile de María.

Juncal
Foto: Alberto Kritzler

Al terminar el primer acto, mis tres acompañantes y yo volvimos a vernos en completo asombro. Mis palabras fueron: “qué poder tiene esta mujer”. Ese sigue siendo el corazón de mi experiencia: admirar, deleitarme, sonreír ante la fuerza y presencia de una mujer que inspira, que me inspira, a través de su arte, a tomar mi poder y usarlo en lo que conozco o en lo que deseo conocer.

El segundo acto fue posiblemente el más exquisito de los tres. María Juncal aparece con un vestido largo y rojo, como una hermosa estatua cubierta de rosas. Comienza a bailar y deja claro que tanto la tierra como el aire —un aire difícil de aspirar en una ciudad a 2 mil 400 metros de altitud— son su hábitat.

Desde mi silla, de cuando en cuando siento en mi cara, el viento que avienta María con la fuerza de su vestido en movimiento; siento la textura de la tela rozando mis mejillas y brazos. Veo las caras de los demás espectadores. Ojos casi desorbitados; sonrisas de mazorca; bocas abiertas en asombro; algunos aguantando la respiración, y todos, todos hechizados por la prodigiosa María Juncal, su audacia, su presencia y su belleza, mientras levanta la cola de su atuendo y la transforma en un velo o en una pesada melena de sangre.

Juncal
Foto: Ana Iturbide

El último acto fue de alegría. La expresión de poderío de María cambió por una de júbilo completo. Con un zapateado pulcro, en un traje sencillo de colores, y una sonrisa limpia —que ya no se fue— nos transmitió su juventud y frescura.

En los días que siguieron a esta maravillosa experiencia, me sentí extrañamente inspirada a escribir y a hacer cosas que hace mucho tiempo no hacía con gusto. A través de ver y sentir la vibración de ese baile extremadamente desafiante y técnico, colmado de arte, algo se movió dentro de mí, una potencia que me presta María y que le agradezco de corazón.

Excepcional, María Juncal.

Juncal
Foto: Alberto Kritzler
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