Michael Sledge Michael Sledge Notas desde la revolución, segunda parte

Despersonalizado

La curandera local me recibió en su casa, agitó un huevo a mi alrededor y lo abrió: tal como pensaba, me dijo, estás desplazado

Despersonalizado
Traducción de Isabel Zapata

Empezó así: mi cerebro parecía partirse en dos. La sensación era puramente física y no estaba relacionada con ninguna ansiedad o miedo aparente. De hecho, como era tarde, estaba medio dormido y me hice una broma: ¿Así se siente volverse loco?

Por la mañana, la sensación se había acelerado hasta convertirse en un tornado en mi cráneo. No dolía, pero era como si mi cerebro se rompiera en pedazos. Curiosamente, al mismo tiempo, otra parte de mí se había hecho a un lado y se limitaba a observar. Este yo distante no sentía más que un leve interés por mi propia disolución.

Aún más inquietante era una tercera presencia que había surgido y ahora estaba situada en la parte posterior de mi cabeza, observando y esperando su oportunidad. ¿Oportunidad de qué? Eso no lo sabía, pero sus intenciones no parecían benignas. Lo extraño y extremo de este episodio me hizo pensar que realmente se trataba del comienzo de una enfermedad mental.

No tenía antecedentes de ansiedad debilitante, ataques de pánico ni trastorno de personalidad múltiple, ningún trauma reciente, nada de duelos o estocadas al corazón. Sin embargo, me sentía impotente ante esta contorsión mental.

Al consultar con un psiquiatra, descubrí que mi misteriosa aflicción tenía un nombre: despersonalización-desrealización. Se trata de un trastorno que hace que uno se sienta completamente ajeno a sí mismo, o peor aún, roto en pedazos. Me aseguró que los síntomas podían aliviarse con medicamentos psicotrópicos.

No dudé en surtir la receta, pero los medicamentos no me devolvieron a la normalidad. Daba tumbos como un zombi, incapaz de salir de un intenso letargo, como si Morfeo me estuviera arrancando el cráneo. Las funciones cotidianas básicas estaban fuera de mi alcance. En lugar de sentirme abrumado, no sentía nada. El médico me ajustó la dosis varias veces, y cada alteración provocaba una especie de espasmo en mi ser.

A veces es difícil saber si has recibido un golpe en tu ser físico o si una astilla psíquica se está abriendo camino hasta tu espíritu. En una ocasión, un curandero me había guiado a través de esta confusión, y ahora sospechaba que la intervención más beneficiosa para mí no estaba en la farmacia.

En mi pueblo, una lona colgaba sobre una puerta anunciando limpias y curas del alma, y a esa puerta llamé. Con una camiseta rosa y pantalones de licra, la curandera local me recibió en su casa, donde las gallinas del jardín asomaron la cabeza adentro, interesadas en escuchar los síntomas de mi angustia. Agitó un huevo a mi alrededor y lo abrió para examinar la clara turbia y la yema. Tal como pensaba, me dijo. Estás desplazado.

Me sorprendió la similitud de las palabras: desplazado, despersonalizado. Dos paradigmas aparentemente opuestos –el tradicional/espiritual y el científico/farmacéutico–me habían diagnosticado más o menos el mismo mal. La curandera no dio razones para mi dolencia, como si sentirse alienado de uno mismo, esa incoherencia en el alma, fuera la respuesta natural a un mundo cada vez más enloquecido.

Esto exige la purificación por fuego, declaró.

Vertió alcohol en el suelo, luego lanzó un cerillo y me envolvió en llamas. También prendió fuego a un ramo de hierbas, me golpeó la espalda y los brazos y agitó la antorcha alrededor de mi cabeza, lo bastante cerca como para que pudiera sentir el zumbido de su calor.

Luego se llevó agua bendita a la boca, y yo me preparé para el soplo vigorizante en mi cara. En lugar de eso, acercó los labios a mi nuca para resoplar y gorgotear el agua, como esforzándose por succionar la contaminación de mi cerebro. Sentí lo que sólo podría describir como una batalla, dos energías enfrentadas: la presencia de antes luchando por permanecer y la curandera luchando por desterrarla.

Por fin se sentó, agotada por su trabajo. Te sentirás mejor ahora, prometió, aunque no es una cura instantánea. Debes volver por otro tratamiento.

En los días siguientes sentí los efectos calmantes de la limpia, como si el ritual hubiera guiado las fibras de mi espíritu, de mi cerebro o de mi corazón, de vuelta a la alineación correcta de la que habían sido desplazadas. No es magia, es el poder singular del ritual. Aun así, sigo guardando los medicamentos en el caso de emergencia.

 

El consentido de Papalutla

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