wendy's, Rockotitlán

Un rol por los hoyos fonky

En los nacientes 70 del siglo pasado, jóvenes músicos buscaban espacios para mostrar sus propuestas sonoras basadas en un estigmatizado ritmo llamado rocanrol

Casi siempre llegábamos en bola. A veces le caíamos sólo mi chava y yo. Procurábamos ser de los primeros en entrar para alcanzar algunas de las sillas que ponían alrededor del barandal de la planta alta, que quedaba justo arriba de donde colocaban el escenario. Allí, sentaditos, disfrutábamos de la tocada. Cuando subía el segundo grupo el lugar ya estaba hasta la madre de personal rocanrolero –léase público. Así era el ambiente los domingos en el Salón Chicago en los nacientes 70 del siglo pasado.

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Foto: Javier Hernández Chelico

En esos años, jóvenes músicos buscaban espacios en Ciudad de México para mostrar sus propuestas sonoras basadas en un estigmatizado ritmo llamado rocanrol. Atrás había quedado la historia de represión ejecutada contra los fresísimos, pero chidos, cafés cantantes, donde los asistentes consumían altas dosis de naranjadas o limonadas acompañadas por un sangüichito. Y nomás como dato curioso, mientras esto pasaba en el DF, en Inglaterra, en lugares similares a los cafés de acá, The Rolling Stones tocaba su música negra en Station Hotel, y en Liverpool cuatro adolescentes ingleses iniciaban su camino a la celebridad en un maloliente Cavern Club. Aquí, Ernesto P. Uruchurtu clausuraba los cafés cantantes.

Después de este agandalle en la capital, surgieron sitios como el Chicago, también conocido como el Petunias, antecedente directo de lo que después serían conocidos como hoyos fonky.

Al respecto, Parménides García Saldaña* escribió: “Con el rock resurgen los hoyos fonky en Ciudad de México. En la segunda parte de la década de los años cincuenta y la primera mitad de los años sesenta, estos hoyos fonky asumieron la onda de cafés. A ellos acudían jóvenes proletarios y de clase media (…) Poco a poco las autoridades citadinas fueron clausurando tales hoyos, como todos ustedes los apasionados fans del rock saben”. Más adelante en el mismo texto, Parménides establece: “Funky es el lado hard (macizo), dirty (grosero), heavy (pesado, grueso), del rock. Funky es lo contrario de Straight”. Para situar la época de la publicación de este artículo, basta leer lo siguiente: “Ahora que el rock hizo posible un periódico como Piedra Rodante, los hoyos fonky empiezan a proliferar en los barrios proletarios. Los jóvenes (la chaviza) de esas colonias en torno al monumento a La Raza se reúnen domingo a domingo a bailar al compás de la música rock de Three Souls in my Mind, Peace&Love, Cherokee, Dug Dug’s (…)”.

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Foto: Javier Hernández Chelico

En esos espacios surgió una corriente musical que después sería conocida como rock urbano, subgénero que lideró Three Souls y luego El Tri, cuyo fundador, Alejandro Lora, cuenta detalles sobre su cercanía con el propulsor del término hoyo fonky: “Parménides García llegó a ir un par de veces con nosotros; nos íbamos atrás –echando caguamas– en una camionetita pick up Ford de los años 50 que tenía el maestro Joaquín. Alguna vez nos vimos, un jueves o miércoles, y me dijo: ‘¿No van a ir a los hoyos? Invítame’ ‘¿Hoyos, cuáles hoyos?’, le pregunté, ‘A los hoyos fonky’, dijo. ‘Ah, a las tocadas’. ‘Sí. Son hoyos fonky, por lo fonky que está allí el ambiente. Son hoyos adonde nos ha mandado el pinche gobierno. Al rocanrol no lo deja sobrevivir más que en los hoyos. Y son fonky porque la onda está muy grasosa allí”. Lora añade con seguridad: “Sin querer, sin haberlo planeado, el maestro Parménides los bautizó así estando cotorreando con nosotros. Sin siquiera estar en uno de esos lugares. Apenas nos estábamos poniendo de acuerdo para ir allá el fin de semana; tocábamos en tres o cuatro lugares; en Tlalnepantla, en Siempre lo Mismo (Siempre en Domingo), en el Revolución, en Tlatelolco. Andábamos en esa camionetita Ford. Allí echábamos los instrumentos y nosotros nos íbamos sentaditos atrás echando caguamas. Fue entonces cuando el maestro Parménides los bautizó sin haberlo premeditado. De hecho, Three Souls in my Mind se dio a conocer en los hoyos, sobre todo después de Avándaro. Sí existían desde antes pero no tenían tanto auge; también, antes de Avándaro sí había tocadas, pero en lugares más nice. En teatros, en la Arena México, en lugares donde no estaba tan fonky el cotorreo. Pero a raíz del Festival de Avándaro se viene la represión cabrona, entonces, pos no había otra más que regresar a los hoyos.  Es entonces cuando nace el verdadero rocanrol callejero y contestatario. Antes era una música más complaciente: las tocadas eran el CUM, en la Salle, en los frontones de la Roma, de la Narvarte –el Parme era de la Narvarte.  Cuando pasó lo de Avándaro, ya parece que iban a hacer tocadas en el CUM o en la Salle. Nos mandaron a la chingada, o sea, a los hoyos fonky”, concluye el “gritante” de El Tri.

A través del tiempo, la historia señala que los hoyos fonky son sitios donde se toca y se disfruta el rock marginal. Pero todo tiene un principio.

Voy a decirles una cosa/ que no puedo ya por más callar/ es imposible que la gente quiera que no cante el rocanrol/y aunque digan los vetarros, música infernal/ pa’ mi es un dulce cantar que me hace soñar…

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Foto: Javier Hernández Chelico

Los rebeldones de los años 60 para escuchar y bailar rocanrol inventaron las llamadas tardeadas –vigiladas por los mayores–, casi siempre en casas particulares; después, la nueva generación de jóvenes se adueñó de los ya mencionados Cafés Cantantes –puestos de moda por existencialistas y beatniks–, donde se sentían libres. A mediados de los sesenta, el rocanrol dejo de ser rocanrol para convertirse simplemente en rock. En México se vivió un cambio en diferentes ámbitos. Por un tiempo, algunos espacios como las pistas de hielo Insurgentes y Revolución brindaron cobijo a chamacos con gusto por la música en inglés que no era programada en la radio (Stones, Beatles, The Who, Kinks, Jefferson Airplane, Spooky Tooth, B. B. King, James Brown) y que tocaban músicos mexicanos marginados por televisión, prensa y disqueras: Dug Dug’s, Javier Bátiz, Los Monjes, Los Esclavos, Los Sinners et al. Los jóvenes con recursos económicos podían escuchar esto y más en lugares exclusivos como Los Globos, el Champagne a Go Go y el Terraza Casino; los chavos de barrio, obreros, estudiantes o desocupados, tuvieron que inventarse adónde ir.

Salones de fiesta, estacionamientos, bodegas, patios de escuelas eran habilitados con improvisados escenarios y con equipos de audio elementales; eran conciertos –los asistentes les empezaron a llamar “tocadas” – donde se presentaban conjuntos noveles junto a grupos con cierto renombre en el ambiente subterráneo rocanrolero de finales de los años sesenta del siglo pasado.

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Foto: Javier Hernández Chelico

Estos lugares florecieron al convertirse en refugios para jóvenes que no contaban con posibilidades económicas para escuchar “su música” lejana a las fórmulas mercadológicas de las compañías disqueras; allí, en esos espacios, los asistentes tenían identidad y los músicos libertad creativa. Los hoyos fonky se convirtieron en su búnker. Después del Festival Rock y Ruedas de Avándaro, fueron el hábitat de músicos y seguidores del rock alejado de lo mediático y prefabricado.

Agrupaciones ya consagradas como Dug Dug’s y Bátiz encabezaban los carteles a principios de los setenta; igual El Ritual, Bandido, Tequila, Enigma alternaban con agrupaciones nuevas como Factory, Epílogo y Three Souls in my Mind, quienes empezaban su andar por el sinuoso y resbaladizo camino del rock en México. Salones de fiesta como el Chicago, el Blow up, el Mustang y el Romano iniciaron la tradición en el DF.

En estos locales se presentaban bandas como Love Army –descendente directo de Tijuana Five–, donde forjó su leyenda Alberto Pájaro Isordia, quien sobre este tema refiere: “Los hoyos fonky fueron un recurso desesperado para seguir adelante con el entonces naciente rock original en México. Una especie de incubadora para grupos que hacían su propia música en un ambiente de represión y prohibición que comenzó un poco antes de Avándaro, y que después… bueno, ya sabemos lo que pasó después. Fuimos como guerrilleros musicales en un país gobernado por una pandilla de idiotas criminales, lo cual, desgraciadamente para México, no ha cambiado mucho a través de los años”. El Pájaro Isordia compuso “Caminata cerebral”, canción clásica de aquellos años: “Oye Cristo no regreses/ no te vayan a rapar/ es la era de acuario/ y nadie te entenderá”. Otras canciones que quedaron en la memoria colectiva son “Nuestros impuestos”, “Easy woman”, “Bajo el signo de acuario”, “La gente” y “Freedom now”. Rolas clásicas posteriores son “Él no lo mató”, “El toque mágico”, “Tu mamá no me quiere”, “Abran esa puerta”, “Esta noche es nuestra” y “Aviéntense todos”, entre muchas otras que han quedado como registro sonoro del rock subterráneo en México.

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Foto: Cortesía

En la actualidad, hoyos fonky y rock urbano atraviesan por una crisis generada por diversos factores. Se habla de la carencia de nuevas bandas, de la proliferación de grupos dedicados a hacer versiones de baladas de los setenta y el nulo cambio en los carteles, casi siempre encabezados por El Tri, Haragán, Liranrol, Bostik, Tex Tex, Rod Levario, Interpuesto, Sam Sam, Next y Transmetal, agrupaciones con varios lustros en su historial. No obstante, éstas longevas agrupaciones lograron llevar lo fonky al Vive Latino y han realizado conciertos en recintos como el Auditorio Nacional, el Lunario, los teatros Metropólitan y Blanquita, además de extensas giras por Estados Unidos. Pero una luz de alerta permanece prendida desde hace tiempo: la evidente poca asistencia de público a las tocadas de fin de semana. A lo anterior se agrega la larga pandemia que ha dejado sin trabajo a muchos grupos, promotores, a quienes alquilan el audio y a chavos vendedores de playeras, discos, colguijos y hasta a quienes pegan y rotulan la ropa de las tocadas. ¿Será la extinción de los hoyos fonky?

*Parménides García Saldaña nació en Orizaba, Veracruz, el 9 de febrero de 1944 y murió en Ciudad de México el 19 de febrero de 1982. Fue colaborador sobre temas de rock en Excélsior, El Heraldo de México y Novedades, así como en las revistas La Piedra Rodante y Pop. Autor de los libros Pasto verde (1968), El rey criollo (1971), En la ruta de la onda (1974), Mediodía (1975) y un libro póstumo, titulado arbitrariamente En algún lugar de rock.

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Foto: Javier Hernández Chelico
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Foto: Cortesía
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