Juan Gabriel

Todo lo aprendí de Juanga

Juan Gabriel nos enseñó que jotear es un verbo celestial que sólo pueden conjugar los divos sobre el escenario

Hubo una voz que por instantes borraba de la faz de la tierra a circunspectos y timoratos, se desvanecían sus ataduras mientras escuchaban himnos a la condición humana, aunque al llegar a casa volvieran al gris de sus vidas y a ceñirse caretas. Hace cinco años partió el dueño de ese canto, no así su hechizo: Juan Gabriel aún suena y enseña.

La primera (vital) lección que recuerdo proviene de la interpretación en vivo de “Caray”, cuando, para rematar la historia sobre el infortunio amoroso con una arribista, cobra venganza vía alegría malsana. Sí, a ella también la abandonaron, a lo que añade: “Qué bueno, qué bueno, qué bueno, lero, lero, eso y más mereces por andar de… Y no puedo hacer más nada por ti”.

Toda espera rinde frutos, parece sentenciar.

Tal vez pocos lo recuerden, pero YouTube nos permite regresar a una presentación en el show Sábado Sensacional de Venezuela para amenizar las fiestas decembrinas en 1984. El mariachi se arrancó con “Inocente pobre amigo” ante la algazara de un público entregado; sin embargo, la intemperancia del autor causó estupor de beata en el conjunto musical que lo acompañaba.

—Te pareces tanto a mí, que no puedes y ni podrás ni tú ni toda tu familia… —fraseó Juan Gabriel sin morigerar intensidades.

—No, no, la abuelita, no —se escuchó el avinagrado reclamo desde la zona de cuerdas, a espaldas del cantante.

—¿La abuela no? —respondió como saliendo de un trance.

—No, la abuelita, no —se impuso el interlocutor con un atronador estilo Jalisco.

—La abuela no —dijo y miró a sus admiradores sin pedir perdón, pero accediendo socarronamente—, la abuela no.

Sí, no hay que meterse con la familia, pero de ese momento se desprende otra enseñanza: siempre se puede amortiguar un golpe con actitud.

Llegó 1990, el año de la presentación en Bellas Artes vilipendiada por la élite artística e intelectual del país, lo cual, como se pronosticaba, sólo movió a morbo, porque ese concierto ya era mítico aún sin consumarse.

También vino la hora de la revancha en pleno “Qué te falta mujer”.

—Yo primero conocí a mi madre y después a una ingrata mujer —entonaba Juan Gabriel, dueño y señor del palacio.

— ¿Quién era esa chiquilla?, ¿quién era la niña? —cuestionó el mariachi inmisericorde, sin prever lo que le esperaba.

—¿Cuál niña, si era mi abuela? —le reviró regañón—, más respeto.

—Qué bonita familia —respondió amilanado el músico.

—Gracias —clausuró el diálogo don Alberto, hecho la indignación con micrófono en mano.

Pero dejando de lado los choques bravíos con que divertía y se pitorreaba, el abanico de sensibilidades que sostenía en sus composiciones fue de la candidez a la amargura y, tal vez, renacimientos, porque refleja todo ánimo transido cuando confiesa que “no sabía de tristezas ni de lágrimas ni nada que me hicieran llorar… Hasta que te conocí”, y también da cuenta de gloriosas albas con “todas las mañanas entra por mi ventana el Señor Sol”.

Y nos regaló frases dignas de pirograbado: “Ustedes no se componen ni volviéndolos a batir”, “no te oigo porque traes zapatos de goma” y “cómo dices que me quieres si me tienes trabajando”, son algunos ejemplos de su repertorio.

También daba consejos, de lo más sabios, por ejemplo: “esta noche yo saldré a algún bar, quiero sentirme vivo una vez más y hacerlo todo con amor para quitarme esta soledad”, porque si alguien sabía de desamparos era él, que estuvo en prisión sin crimen cometido (“yo no robé las joyas, señor juez”) y tuvo que componer desde una crujía.

Sobre todo, Juan Gabriel nos enseñó que las pamplinas del macho santurrón se pueden quedar encerradas en la cajuela o colgadas en el guardarropas de Bellas Artes por unas horas, porque jotear es un verbo celestial que sólo pueden conjugar los divos sobre el escenario evocando coros seráficos, arrebatando aplausos a señores que se combaron de gusto canción tras canción, los regresó a los brazos cariñosos de su madre, con lágrimas hasta en las suelas, y luego les devolvió íntegra su hombría.

Juan Gabriel
El cantante y compositor Juan Gabriel

Por último, pero no menos importante (dirían los clásicos), en lo personal, porque cada que lo escucho algo arde, me enseñó prístinamente que la diferencia entre tú y yo es que yo sí, yo sí…. te lo juro que yo sí, sí te amaría.

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