Las letras de las canciones occidentales, en general, tratan se mascullar de una y mil maneras la simbiosis con una pareja. La cultura popular acicatea el mito del andrógino y se nos inculca a diestra y siniestra andar en pos de “nuestra otra mitad”. En medio de esos osados mensajes de complementariedad solemos olvidar que todo lo que amamos ya está en nosotros y que ya somos. No necesitamos otra parte.
Así las rebuscadas imágenes de morir de amor o por alguien resultan exageraciones infundadas e irreales. Incluso ideas locas y desproporcionadas. El compartir se canjea por una absoluta dependencia del otro. Se pliegan las alas al poderío de alguien más. Aparece entonces un proceso estéril y reduccionista acerca de nosotros mismos. Y pasamos de ser alguien a ser parte de otro: la pareja de… sólo con la presencia de alguien más justificamos nuestra existencia.
Por ello resultó refrescante escuchar “Flowers”. Palabras más o menos ante una ruptura “iba a llorar y recordé que puedo comprarme flores…bailar conmigo, amarme”.
El amor hacia uno no es egocentrismo o narcisismo. Es el preludio fundamental para amar a los otros, aún para establecer una relación de pareja. Implica la entereza para extender nuestra capacidad de admiración y cuidado a uno más.
En la sabiduría popular, en forma de adagio, nos aparece el “nadie da lo que no tiene”. Y esto es verdad.
Ahora, ¿cuál es el principio del amor a uno mismo y la autoestima? El auto conocimiento. No se respeta, admira y ama lo desconocido. No se pueden establecer autoconceptos saludables si no sabemos filias, historia, credo y valores de alguien. No amamos seres plagados de sombras, símbolos, lejanía y enigmas. No nos adentramos en relaciones reales con alguien del que no sabemos nada.
¿Cómo puedes amarte si aún no logras responder por qué está en esta vida, cuál es tu misión ineludible y qué concepto tienes de ti?
No se conoce quien se asombra de sus propias reacciones y es incapaz de nombrar las emociones propias que deambulan ante determinados pensamientos y sentimientos.
No se ama quien descuida sus cuatro cuerpos, el físico, mental, emocional y energético. No se ama quien escatima para sí tiempo y aún no construye un mapa de felicidad para sí.
Aparecen entonces seres que gravitan en torno a otro al que entregan el poder de validación. El ser se vuelca en otro por el que se vive, se lucha y se enaltece. Pero eso no es amor. Es una parodia. Es seguir un modelo creado por otros y confinar lo que somos a las imposiciones externas.
Si el acotado concepto de amor funcionó antes, cuando se debía proteger la propiedad privada y la esperanza de vida era limitada, ahora debe entenderse que el ser no debe presentar codependencias de sustancias ni personas. Que la relación amorosa con alguien más no lo vuelve de nuestra propiedad, ni una mujer es la “costilla de Adán” en el obsecado concepto literal. Pero un hombre tampoco es “pareja- creador” de la mujer. Cada uno tiene dones, su propia historia y libertad.
La libertad es elección. Privilegiar comprarnos flores, estudiar un nuevo idioma, dar una donación y abrazar la vida que queremos vivir. Lo importante es no olvidarnos que somos seres completos en nosotros mismos. Y si se olvida, valdrá la pena un rico soliloquio que nos acerque al amor por uno: el único ser con el que estaremos siempre.