Cuento: El coro de los ángeles

[CUENTO] El coro de los ángeles

El Gato, el último de los impresentables, hace su aterrizaje forzoso en Fusilerías para completar la serie junto con Roberto Portugal, Érika Sotelo y las vengadoras del Metro.

Ella lo sabía: tomo un trago y atrás aparece un friego de ángeles como si fuera un estadio completo y a coro me echan porras: oootra, oootra, oootra, que se la chupe, que se la chupe. Y pos ni modo, le hago caso a la porra divina, pa dentro la copa y la otra. Lo bueno es que soy un profesional y ya no me fichan con el primer besito, si no, quién sabe cómo termina el asunto.

Les voy a contar bien cómo terminé en los separos. Ahora sí me acuerdo, neta, esta vez no me enlaguné. Érika Sotelo tiene la culpa, la agente Érika Sotelo. Híjole, pos es sinaloense y… uf. Voy a hablar despacito, traigo poca saliva.

Yo tengo de policía lo que el Kikín de goleador (dejaste al equipo campeón por cargar bultos), mi puesto es analista táctico y nomás hago fichas, reviso periódicos, juego en el Feis y me la curo con mi termo para (ajá) café (mineral, anís y tequila, no falla). Me llamo Rodrigo Lozano, pero todos me dicen el Gato. ¿Verdad, carnales?

—Ya cállate, deja dormir.

—Ustedes no aprecian una historia emocionante.

La cosa era sencilla: yo debía fingir (simón) ser un cliente en el bar La Patana para sacar unas fotos, mandarlas a Inteligencia y ya ellos se encargarían, o soltaban varo o clausura por trata, aunque la neta ahí nadie se mancha con las chambeadoras. ¿Por qué yo? Porque mi destino es entrar al salón de la fama de la ficha y se le ocurrió a la Sotelo, pues nadie sospecharía de mí y mis selfis con las muchachas. Y me encandiló y ahí voy.

No es que se me olvidara sacar las fotos, o no pudiera, pero me prendí con el asunto, con volverme parte del trabajo real en la fiscalía y hasta me vestí padrotón, la cosa era en serio. Me arranqué y, como les dije, comencé con el trago, un güiscol tropical bien acá. Es más, la estaba llevando leve para completar la misión fundamental, esencial, mi encargo. Pagué por tres órdenes de tacos (se ponen en la esquina, tan chiros) y pedí a las dos chicas más entronas. Sí comencé a sacarme las fotos, ya saben, de a padrino y las dos cuatitas, la Brenda y la Barbie sacando la pechuga y parando la trompa.

Les invité de lo que estaba bebiendo, las copas-dama nomás las pagan los novatos y los ilusos. Nos comenzamos a despachar sin esperar al mesero, y pues yo seguía dándole al arte fotográfico encuadrando a las reinas. Se acabó el primer vaso jaibolero donde me sirvieron el whisky ese, entonces pasó, ya ven.

En serio, oigo a la porra futbolera angelical con sus trompetas, la barra brava celestial alentando para beber. Y uno cede al sagrado sacrificio y tómala, ni cuenta me di, nomás andaba sacando las imágenes acá, en todos lados y luego la Brenda me preguntó por qué andaba yo tan animado con el telefonito y como ya iba por el cuarto o quinto trago, así bien misterioso le empecé a contar sobre una misión secreta encomendada por el propio fiscal para vigilar las actividades del mercado negro de alcohol adulterado, causante de daños millonarios al erario, sobrecalentando las finanzas públicas, por lo cual se accionaron los mecanismos de tranferencias del Banco de México, algo terrible, espantoso.

Todas esas palabras me las sabía nomás por andar revisando periódicos y revistas para hacer los resúmenes para las fichas de los maleantes estos que agarran los agentes, y pues un poco por mi genialidad. N’ombre, si yo parezco el retrato hablado de la fiscalía, moreno, un metro con setenta centímetros, cicatriz en la ceja, o sea, cualquier fulano, pero soy re vivo, sobre todo con mis chupes entre pecho y espalda.

Y así, en friega, ya había incluido a las dos morras en el plan secreto, escondiéndonos, porque seguro el DJ era un infiltrado, nos iba a delatar, todos estábamos en peligro mortal.

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Necesitábamos huir; nuestra mejor oportunidad era el baño, salir por las ventanas hacia la bodega y escapar porque corríamos riesgo, la mafia coreana nos pepenaría por el cuello para degollarnos, les advertí sobre los criminales internacionales, nos estaban persiguiendo, íbamos a ser torturados, a rogar por morir. Me eché a correr hasta ahí, eso sí, seguí sacando fotos pa’ todos lados y cuando me clavé por la ventana, quedé atorado bien machín, se me cayó el celular al suelo, venían tras de mí las morras, el mesero, el de la música, el gerente…

Y pues ahí empinado, estos desdichados se pusieron a sacarme fotos del trasero mientras yo gritaba que iba a llamar al comandante 14-26, 14-26, ahorita iban a ver, y todos se iban a arrepentir, todos iban a suplicarme, no saben quién soy yo ni con quién se meten. La verdad, ahí sí ya se me apagaron las luces. Reaccioné en el piso, en un separo con un dolor de cabeza bruto (no el peor, claro) y la Sotelo viéndome desde afuera, bien sinaloense la canija. Yo dije: me va a poner como chancla, pero no hizo nada, estuvo hablando con alguien que no se veía.

—Refina tus gustos, Érika, este despojo solo te va a traer deudas y problemas.

—Portugal, sólo dime si vas a ayudar a limpiar este cochinero y cuánto quieres, y para ti soy agente Sotelo.

—Sí, pero esta vez no quiero dinero, me vas a deber un favor, es mi precio.

—Lo que sea… Él no es tan diferente a ti, ¿a poco crees que no sé de tus pinchazos?

—Yo no termino como diversión, él es un payaso.

Payaso, ¿qué? Yo nomás pensaba: ‘pérate, ahora que me levante le pongo una buena madrina, ahora que lo vea, pero pos no, necesitaba una agüita mineral, porque quién sabe qué le pusieron al chupe en ese antro de mala muerte, mejor hubiera sido mejor irme a mi antro, mi hogar, El Tecolote. Ahí hasta las chavas me fían.

Y pues esa fue la historia de cómo llegué acá y todavía no sé cómo todavía no me saca la Sotelo, si es su culpa que yo ande así.

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