poeta David Huerta

La muerte de un poeta que hizo de la palabra su batalla cotidiana

El también editor, ensayista y traductor mexicano, David Huerta, falleció a los 72 años; era considerado uno de los escritores más destacados de las últimas décadas

Los poetas también legislan: nos dan las leyes de la mente. Imaginar, juzgar, discernir, sentir el mundo y traducirlo en palabras para compartirlo con nuestros semejantes. Los poetas son los grandes vivientes, para usar una frase forjada por Nietzsche. Ellos muestran el fondo de la existencia y las formas que esta asumen, formulan leyes de vida”.

Palabra de poeta, la de uno que estaba muy cerca de celebrar un año más en su calendario, para llegar a los 73, pero se quedó en 72, con muchas más preguntas que certezas; el escritor, en especial el ser humano, a quienes ahora muchos lloran mientras tienen en sus manos alguno de sus libros y se internan en una poesía siempre atenta a la realidad, a su manera de entender a la realidad:

Declaración de antipoesía

Ya no quiero escribir acerca de la ciudad-tendida-a-mis-pies
ni de una clase de luz que nada más yo puedo percibir y entender.
Preferiría hacer versos donde los rechinidos y las crepitaciones
que me circundan algunas noches, no demasiadas
—ruidos y sombras cuyo significado ignoro—,
tengan un lugar y les den a los lectores
esa sensación de inquietud semejante
a la de sueños inolvidables por razones ignotas.

La vida de un poeta

De las pocas seguridades en sus últimos años estaba la presencia de Verónica Murguía, pero también la importancia de la poesía, de la literatura y, en especial, de los jóvenes, como esos modernos guerreros que habrían de transformar el mundo contemporáneo: cuando le llegó la propuesta de dedicarse a la enseñanza, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en la Universidad Nacional Autónoma de México, dio un vuelco su manera de comprender a la literatura.

En el libro Historia, David Huerta le dedicó unas palabras a Verónica, vinculadas con el epígrafe, en la que se lee: cuando nos enamoramos no tratamos de averiguar qué es lo que nos pasa, nos entregamos de lleno.

“La palabra verdad está cargada de intelectualismo, del ejercicio de la inteligencia: qué es lo que me pasa, no lo sé, yo me voy a entregar a esa experiencia, exaltada o penosa; no unimos la verdad con la dicha, la separamos porque estamos mal. En cambio, en una experiencia como la que he vivido con Verónica están unidas la verdad y la dicha”.David Huerta

Por ello, aun en los años recientes, solía mencionar que cada uno de sus días estaba lleno de preguntas y de proyectos, de “un montón de cosas que hacer, lo cual no debería ser motivo de desaliento, sino todo lo contrario: estoy dedicado todas las semanas a hablar de poesía, por lo tanto, tengo que estudiar, poner cierto orden en cosas que sé, creo que sé o medio sé”.

David solía recordar que había estudiado, “a pedazos” tres carreras, algunos semestres muy mal cursados: filosofía, letras inglesas y letras españolas; dejó todo por vueltas de la vida y el tener que asumir las responsabilidades de un adulto. Pero, sin duda, la cercanía con su padre, el poeta Efraín Huerta, le permitió hallar un camino en las letras.

Como docente, impartió además cursos en la Fundación Octavio Paz y en la Fundación para las Letras Mexicanas, pero también fue secretario de Redacción de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (FCE); miembro del consejo editorial de Letras Libres; director de Periódico de Poesía (nueva época); integrante de la Comisión de Artes y Letras del entonces Fonca.

Desde esos espacios, se propuso contagiar su pasión por la literatura, seguro que los portas obedecen al imperativo mismo del ser humano, de su existencia: renunciar al pensamiento y al lenguaje articulado en los altares de la obediencia ciega, en el irracionalismo que convierte a la tribu en un rebaño, manso o feroz —según convenga—, de los poderosos.

En su bibliografía se encuentran títulos como El jardín de la luz (1972), Cuaderno de noviembre (1976), Incurable (1987), La sombra de los perros (1996) o El ovillo y la brisa (2018), donde se terminaba por reflejar a uno de esos poetas románticos que se mantenían siempre en la lucha, no sólo convencido del poder de la palabra, sino de que esa palabra debe tener un sentido que influya en el resto de la sociedad, “no es poesía por poesía, sino una poesía que despierte conciencias o que apueste a reflejar la realidad, llena de injusticias y de desigualdad, de nuestro país”.

“Me considero hijo del Artículo 3 de la Constitución”, confesó en alguna entrevista: “estoy convencido de que esa es una de las vías por la que este país puede ser salvado. A lo largo de la vida he visto pasar muchas cosas: siempre he tratado de proceder de acuerdo con lo que pienso, no he hecho concesiones. Si de algo estoy contento es de haber tratado de vivir, con todos los medios a mí alcance, de acuerdo con lo pienso”.David Huerta

Más que el culto o la devoción de la imagen, tiene la certeza de que todavía a través de las imágenes podemos decir cosas que nos ayuden a vivir, un poco al margen del mercado, si eso es posible: una mirada siempre crítica.

“El poema aparta una capacidad para vivir en la soledad en nuestra mente: no sirve para nada en el mundo de la inmediatez práctica, no sirve para ganar dinero, pero vivir con el mínimo decoro es una gran recompensa de una vida en la que uno ha tratado de ser consecuente”.

David Huerta obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para obra publicada 1990 por su poemario Historia (1990); el Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco 2018, otorgado por la Universidad Autónoma de Yucatán, y la Feria Internacional del Libro de Yucatán (Filey), así como el Premio Universidad Nacional por parte de la UNAM, en 2017. En 2019 obtuvo el Premio Fil Literatura en Lenguas Romances, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Con la partida de David Huerta no sólo se fue un impulsor de la poesía, un maestro de poetas, un traductor, un periodista, un defensor de la libertad. Se fue uno de esos intelectuales alrededor de quien se podían reunir tirios y troyanos, pero sobre todo se fue uno de esos seres humanos que, al decir la palabra “Hermano” solía integrarnos a una familia que hoy se quedó en la orfandad.

El intruso

Agarrado de las luces y del viento, circulo
por todos los salones de la buena sociedad
y nadie alcanza a reconocerme porque
salgo a través de las ventanas antes de que lleguen
a examinar mi rostro, que está cubierto
de escarificaciones rituales.

David Huerta

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