Monica Ramírez Cano

El maltratador de animales, peligro para la sociedad

El FBI en Estados Unidos determinó que la crueldad hacia estos seres vivos es una conducta precursora de la violencia contra otro ser humano y la tipificó como delito grave

De mis quehaceres criminológicos, la elaboración de perfiles que más se me ha dificultado a lo largo de mi carrera profesional, por la carga emocional, ha sido sin duda aquella que tiene que ver con los de personas privadas de la libertad acusadas por delitos relacionados con el abuso, en todas sus formas, hacia menores de edad, y aquellos que debo elaborar con imputados por maltrato y crueldad animal. Hablemos un poco de estos últimos.

No hace mucho el Buró Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) en Estados Unidos determinó que la crueldad animal es una conducta precursora de la violencia contra otro ser humano y la tipificó como delito grave, como provocar incendios, robar, asaltar y cometer un asesinato. Por tanto, una persona que maltrata y se comporta cruel con los animales es un riesgo para la sociedad. Punto.

El maltratador de animales, peligro para la sociedad

El problema es que la ley contra el maltrato animal en nuestro país es una utopía, a pesar de que hemos sido en últimas fechas testigos de su aplicación en casos muy específicos que llevaron a los responsables de esta conducta tan aberrante a prisión; empero, aún hemos de levantar la voz por aquellos que no la tienen, para defender sus vidas, su integridad, su bienestar. Debemos aún luchar bastante por los derechos de los animales. Hay mucho, mucho que hacer.

Respecto a los agresores de animales, mascotas generalmente, hay mucho que decir. A pesar de que podemos identificar factores de riesgo que por su combinación a lo largo de sus vidas los llevaron a tomar la decisión de violentar a seres sintientes vulnerables, nada justifica su elección, nada justifica su conducta y de ninguna manera es ésta ni común ni normal.

La combinación de dichos factores, como estar sometido en la infancia a maltrato crónico por parte de padres, tutores, cuidadores o compañeros, lleva al cerebro a desarrollar mecanismos de defensa, de actuación e interpretaciones de la realidad equivocados, como puede ser el “no ver mal” el hecho de descargar estrés, rabia y dolor sobre seres más vulnerables, seres sintientes que no se pueden defender.

Sin embargo, es importante mencionar que existen personas que maltratan y son crueles con los animales sin haber vivido infancias de maltrato o situaciones traumáticas, o, por otra parte, hay quien fue victimizado, maltratado en su infancia y a lo largo de su vida no se ha decantado por el maltrato y la crueldad contra los animales y profesa amor genuino por ellos.

A lo largo del desarrollo de la vida de un ser humano sucede que algunas de las víctimas de maltrato infantil, en cualquiera de sus formas, pueden presentar tendencia a aislarse del resto, acumular rencor y resentimiento que aún no saben cómo externarlo y manejarlo, por lo que se convierten en seres asociales, y en función de la combinación de los diversos factores de riesgo, en seres antisociales, por tanto, al ser confrontados se comportan de manera hostil y agresiva contra otros (generalmente seres vulnerables, niños más pequeños, adultos mayores y animales) o contra ellos mismos (empiezan a cortarse a sí mismos, por ejemplo).

El maltratador de animales, peligro para la sociedad

Además, tenemos a aquellos menores que nacieron en un contexto atroz, hostil, sin oportunidades y simplemente intentan abrirse paso y sobrevivir en un contexto criminógeno, en el que ellos nunca decidieron nacer, pero han de hacerle frente con los recursos psicológicos, intelectuales y materiales que tienen a la mano (entiéndase, no se justifica ningún tipo de conducta violenta). Eso se convierte en el mecanismo que les permite lidiar con la vida cotidiana y manejar las emociones negativas que sienten y que muy probablemente no entienden ni mucho menos saben cómo manejarlas y tratarlas. Recordemos, la violencia no es perjudicial en tanto se aprende para resolver los problemas de la vida cotidiana (esto se puede desaprender, reeducar), sino que es perjudicial en tanto nos desensibiliza ante actos de esta naturaleza.

Gracias a los aportes de las neurociencias también sabemos que algunas de las víctimas que han sufrido maltrato físico no sólo aprenden que la violencia física es la manera ideal de resolver problemas cotidianos y sobrellevar la vida, sino que algunas de ellas han sufrido daños realmente severos en los lóbulos frontal y temporales del cerebro que interfieren con el adecuado funcionamiento de éstos. Eso implica que las áreas encargadas del control, de la inhibición, de la capacidad de juicio, de la toma de decisiones adecuadas, del discernimiento, del equilibrio de las emociones como la ira, el comportamiento sexual (binomio amígdala e hipocampo, situados en el circuito límbico ubicado al centro de los lóbulos temporales), están afectadas, son deficientes o nulas, y por tanto (y es aquí donde encuentran el nicho perfecto las teorías criminológicas del control) se encuentran “incapaces de controlar” la expresión de la agresión y el ejercicio de la violencia sin tener remordimiento por sus actos.

A pesar de que puede ser un poco controvertida si se malinterpreta, esta corriente teórica criminológica no discute la existencia de una predisposición filogenética a la falta de control de la agresión y el comportamiento violento, sino que pone sobre la mesa la serie de elementos que influyen en el mal funcionamiento de los mecanismos inhibitorios para la expresión de dichas conductas.

No obstante, teóricos aguerridos en la materia como Jonathan Pincus (2001) y Dorothy Otnow Lewis (1998) sí que atribuyen tal incapacidad a la presencia de daños cerebrales provocados por traumatismos craneoencefálicos, mala nutrición en la infancia, maltrato infantil severo y anormalidades en el desarrollo neurológico que tienen serias repercusiones en los lóbulos mencionados. El resto de los expertos en la materia no apoyan las teorías del determinismo psíquico, aunque no dejan de darle su correspondiente importancia.

Maltrato

Al respecto, la investigación en México permite sugerir que un comportamiento criminal, delictivo en materia de maltrato y crueldad animal, en algunos casos puede derivar de una infancia de maltrato principalmente sexual, físico, económico y psicológico, límites difusos en el ámbito de la sexualidad al interior de la familia, incesto, prácticas zoofílicas y contextos criminógenos; hay, sin embargo y como lo hemos mencionado, excepciones a la regla.

Es importante señalar: “Lo significativo es comprender que la serie de situaciones o hechos vividos por la persona a la que se le atribuye un hecho delictivo en este contexto, del que derivan la crueldad y el maltrato animal, no son necesariamente un acontecimiento traumático, grave y relevante para nosotros. Es posible que se trate de un encuentro o de un acontecimiento irrelevante e intrascendental para los demás, pero sin lugar a duda no ha sido así para la persona que lo sufrió, en cuyo interior debe haber sucedido ese ‘algo’, […] algún acontecimiento infantil” en el que se han asociado elementos que en un desarrollo normal no debieran haberse relacionado, como erotizar la violencia, erotizar objetos o erotizar animales, lo que debió suceder a muy temprana edad. (Tony Ruark: 2011. En Wenzl Roy, et al.).

El maltrato animal, al igual que los incendios provocados, y la enuresis (orinarse en la cama) son los componentes de la denominada y conocida “Tríada MacDonald” y son conductas que generalmente preceden a la comisión de actos delictivos violentos (Ressler, 1998). John Marshall MacDonald fue un psiquiatra forense neozelandés (1920–2007) que en su documento The Threat to Kill (1963), publicado por American Journal of Psychiatry (120:125-130), acuñó la tríada que lleva su nombre, identificada en 1963 tras una investigación con pacientes hospitalizados que presentaban amenaza evidente de cometer homicidio: 48 psicóticos, es decir, pacientes con alguna enfermedad mental que les había provocado pérdida del contacto con la realidad, y 52 no psicóticos. Los pacientes identificados como sádicos presentaron tres características particulares en su historia infantil:

 

  1. Enuresis.
  2. Maltrato hacia los animales.
  3. Incendios provocados.

 

Daniel Hellman y Nathan Blackman la establecieron en 1966 como un “predictor del comportamiento criminal” en su documento Enuresis, Firesetting and Cruelty to Animals: A Triad Predictive of Adult Crime, publicada por American Journal of Psychiatry (122:1431-1435), de allí que también se le conozca como la “Tríada Criminal”.

Es de suma importancia tomar en cuenta que acompañados de acciones de maltrato y crueldad animal, las investigaciones al respecto han identificado ciertos padecimientos psicológicos que convergen con estas prácticas, es decir, cuadros clínicos a los que debemos prestar atención y aunque no pretendemos etiquetar estos trastornos ni asegurar que se dan en comorbilidad con el maltrato y la crueldad animal, suelen estar asociados. Se describen a continuación:

 

Sadismo sexual. El sadismo sexual es un trastorno parafílico. “Los trastornos parafílicos son un grupo de patrones de comportamiento sexual recurrentes (ya sea que adopten la forma de fantasías, impulsos o conductas sexuales) caracterizados por la necesidad de usar una serie de objetos, rituales, así como implicarse en situaciones poco habituales como medio exclusivo o preferente para la obtención de una satisfacción sexual completa, lo cual induce un malestar clínicamente significativo personal o hacia otros (incluso sin su consentimiento) así como una afectación en importantes áreas funcionales para la vida de la persona” (Testal y Cid, 2011).

En este sentido, el sadismo sexual consiste en la necesidad de provocar daño físico o psicológico a otros con la finalidad de obtener estimulación y gratificación sexual. Para el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), el trastorno de sadismo sexual 302.84 (F65.52) es una parafilia que consiste en someter a sufrimiento físico o psíquico a terceros, con la finalidad de obtener estimulación y gratificación sexual. La gran mayoría de los maltratadores de animales y quienes son crueles con ellos los someten a atroces sufrimientos (incluyendo violación sexual, ya sea con el miembro viril o con objetos) obteniendo así estimulación y gratificación sexual.

 

Zoofilia. Testal y Cid (2011) hacen un extraordinario análisis de esta parafilia en la que se obtiene estimulación y gratificación sexual mediante el contacto con animales: “Para los ‘zoofílicos’, el ‘bestialismo’ implica únicamente buscar gratificación sexual personal en detrimento de la del animal, cuando éstos consideran respetarlos y sentir afecto hacia ellos. Un joven de 19 años verbaliza lo siguiente ‘Un bestialista sólo tiene relaciones sexuales con un animal sin importarle cuál sea el coste para el animal y con el único propósito de conseguir satisfacción […]. Sin embargo, mi relación con los animales es de cariño, donde el sexo es una extensión de dicho amor, como ocurre con los seres humanos; y yo no tengo sexo con un caballo a menos que éste consienta’. Si bien los dueños de mascotas pueden sentirse estrechamente vinculados a ellas, lo que caracterizaría a la zoofilia es una relación de cariño junto con interacciones sexuales”. Un alto porcentaje de personas que han sido evaluadas para analizar la zoofilia reporta mayor satisfacción sexual con animales que con personas (Williams y Weinburg, 2003) y esto, sin duda, califica como maltrato y crueldad hacia los animales y como tal es un delito que debe ser sancionado.

Respecto a la zoofilia, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) la clasifica en su categoría Otro trastorno parafílico especificado 302.89 (F65.89) como la exitación sexual intensa y recurrente que implica a animales.

 

Pedofilia. Para el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), el trastorno de pedofilia 302.2 (F65.4) es la atracción sexual hacia los niños prepúberes (generalmente menores de 13 años) y la aborda desde la atracción sexual por el sexo masculino, por el sexo femenino, por ambos sexos y requiere se especifique si se limita al incesto o se extrapola a otros menores fuera de la familia. “La comorbilidad psiquiátrica del trastorno de pedofilia incluye los trastornos por consumo de sustancias, los trastornos depresivo, bipolar y de ansiedad, los trastornos de personalidad antisocial y otros trastornos parafílicos” (DSM-5). Para Testal y Cid (2011), la pedofilia consiste en tener contacto sexual con menores tanto prepúberes (menores de 11 años) como los menores puberales (menores entre 11 y 14 años) con la finalidad de obtener estimulación y gratificación sexual.

 

Lo anterior resulta de suma importancia, porque en mi experiencia profesional los maltratadores de animales que ejercen una crueldad atroz contra ellos han ya atentado contra menores de edad, abusando sexualmente de ellos, ejerciendo cualquier otro tipo de violencia o incluso ya les han dado muerte. Por eso, cualquier persona que presente esta tendencia hacia los animales debe ser tomada en serio, no subestimársele y dar parte a las autoridades para que se le castigue por su delito y que reciba la atención adecuada, porque como lo estipula el FBI, esta persona es un peligro para los demás, sobre todo para las y los menores que les rodean.

Aclaro algo de suma relevancia: no cualquier persona que sea maltratador y cruel contra los animales presentará los cuadros clínicos descritos con anterioridad, pero lo que sí es un hecho es que estas personas pueden representar un riesgo significativo para quienes le rodean. No debemos por ningún motivo subestimar cualquier acto de maltrato o crueldad contra un ser sintiente vulnerable. Debemos actuar. No es ni común ni normal y podemos evitar tragedias futuras atendiendo estos focos rojos a tiempo. Debemos prevenir.

Derechos animales

Bibliografía

– Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales Ed. 5 (DSM-5)

– Otnow Lewis, Dorothy. (1998). Guilty by Reasons of Insanity. Ed. Ballantine. Estados Unidos de América.

– Pincus, J. (2001). Base Instincts: What Makes Killers Kill?. Ed. W.W. Norton & Company, Inc., New York, NY. Estados Unidos de América.-

– Ruark Tony (2011). En Wenzl Roy; Tim Potter; L. Kelly y Hurst Laviana: Bind Torture Kill (BTK) The inside story of a serial killer next door. Ed. Harper Collins Publishers Inc. Estados Unidos de América.

– Ressler, Robert, K. & Tom Shachtman (1998). I Have Lived in the Monster. Ed. St. Martin’s Press. New York, NY. Estados Unidos de América.

– Rodríguez Testal, Juan Francisco y Pedro J. Mesa Cid. (2011). Manual de Psicopatología Clínica. Ed. 2a ed. Ed. Pirámide. España.

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