Enrique Metinides, quien falleció ayer a los 88 años, fotografió durante más de medio siglo el lado más cruel y sórdido de Ciudad de México, nunca se dio un respiro y ese entusiasmo lo llevó a mantenerse alerta día y noche ante toda eventual tragedia. Ni descanso ni vacaciones. No importaba ninguna otra cosa, porque desde hacía mucho tiempo ya había sido tragado por sus pasiones.
Listo para la emergencia
Trece costillas rotas, un infarto y múltiples lesiones en diferentes partes del cuerpo fueron los saldos que dejó al fotógrafo su larga carrera en la esfera policiaca. Pero ese fue apenas el daño menos doloroso. El otro, el más triste y amargo y que le punzaba en la cabeza como piquete de avispa, es que se olvidó de él mismo y de su familia por entregar su vida al fotoperiodismo.
“Nunca pude estar con mi familia. Todos los días trabajé día y noche, sin descanso; rara vez dormí un noche entera”, se lamentaba Metinides, fotógrafo que desarrolló prácticamente toda su labor profesional en el periódico La Prensa.
El Niño, como era conocido entre sus compañeros, solía irse a la cama con camisa y pantalón para ganar tiempo por si ocurría una emergencia. Pero antes escuchaba la frecuencia de la policía; si hubiera algún percance, no dudaba en salir de nuevo a las calles. Tampoco era extraño que luego de un doble turno, a punto de conciliar el sueño, llegara una ambulancia a su casa, enviada por La Prensa, para que fuera a cubrir una tragedia al otro lado de la urbe.
Y ahí estaba de nuevo, de madrugada y en medio de la acción, sin un atisbo de cansancio, listo para afrontar su destino. Metinides, el incansable, el que siempre llegaba al lugar de los hechos antes que todos. Un retrato suyo tomado por alguno de sus compañeros lo dibuja de cuerpo entero: aparece en pleno salto, congelado en el aire, en medio de dos trenes descarrilados. Metinides, el intrépido.
En estas circunstancias no se mira el peligro: dos veces estuvo a punto de morir: la primera, quemado; la segunda, atrapado entre escombros tras el derrumbe de un edificio. “Me salvé de puritito milagro”, decía.
Metinides, estoico, aceptaba su fatalidad: “Podría seguir indefinidamente, sin un día de descanso. Algo ocurrirá: recibiré una llamada, a cualquier hora del día o de la noche, contestaré e iré. Nunca pude planificar unas vacaciones, ni siquiera un fin de semana fuera. Tampoco pude dedicar tiempo a mi familia. Trabajar para La Prensa no era una tarea que pudieras dejar a las seis de la tarde e irte a casa a cenar”.
Estética de la muerte
Metinides vivió sus últimos años en el retiro, pero seguía sin descansar. Ya fuera del diarismo se dedicaba a ordenar su archivo fotográfico, a colocarle su firma y a revisar el positivado de su trabajo, es decir, el proceso en el cual se traslada la imagen del negativo al papel fotográfico.
Desde el año 2000, cuando se publicó El teatro de los hechos (el primer libro que reunió su trabajo), su obra fotográfica sufrió una transfiguración: de ser sólo fotografías de prensa de acontecimientos trágicos, se convirtieron en instantáneas que galeristas y especialistas colgaron en museos de arte contemporáneo. Ni que decir de los libros. El último fue 101 tragedias de Enrique Metinides (Blume, 2012), donde el propio autor seleccionó las que considera fueron sus mejores 101 fotografías.
Sobre la nueva percepción que existía sobre su trabajo, la especialista Trisha Ziff, responsable de la edición de este volumen, explicó entonces: “Las imágenes de Metinides ahora forman parte de un mundo nuevo: han pasado de ser dominio de la nota roja a las salas de las galerías de arte”.
Ziff, directora del documental El hombre que vio demasiado (2015), agregó: “Contemplamos sus fotografías y pensamos que hay bastante tristeza, tragedia y mala suerte como para agotar las energías y la curiosidad de cualquiera; suficiente para anhelar escapar del caos y la pena y no hacer ninguna fotografía más. Pero Metinides se ha mantenido ahí, en el epicentro. Y en lugar de querer olvidar, le apasiona recordar todos los detalles”.
Dramas humanos
Por sus poderosas imágenes, en 2013 la agencia Cuartoscuro, del reconocido fotoperiodista Pedro Valtierra, le rindió un homenaje en el mítico salón de baile Los Ángeles, en Ciudad de México. Ahí, en ese ambiente nocturno al que tanto estaba acostumbrado el “fotógrafo de la muerte”, recibió el reconocimiento Cámara de Plata por su trayectoria.
Se le veía contento, tranquilo consigo mismo, y aún sin dar crédito a todas las sorprendentes historias que vivió durante medio siglo:
—¡Qué suerte, mano! Imagínate: yo era un niño cuando Antonio El Indio Velázquez me llevó a trabajar a La Prensa.
—Ni te imaginas todos los muertos que vi. Si los juntara, formaría montañas de cadáveres.
—Una vez, te lo juro, presentí que se caería una avioneta y a los pocos minutos que se cae. Me llevé la exclusiva.
—He fotografiado todo: incendios, avionazos, terremotos… Sólo me faltó el choque de dos submarinos.
—Un día, gracias a mi fotografía, dieron con el asesino. ¡No, mano, era fabuloso todo eso!
La fotografía sólo fue el vehículo para que Metinides se adentrara a su verdadera pasión: el drama de quienes aparecían en sus imágenes. Muchas veces lloró noches enteras. Otras, demasiadas, guardó su cámara para ayudar a los heridos. Metinides el solidario.
Mientras tanto, en el salón Los Ángeles, rodeado por decenas de personas que admiraban su trabajo, El Niño no se aburría de recordar cada una de sus historias. Como sucedió en septiembre pasado, en Iztapalapa, cuando recibió el premio Cuitláhuac de Oro en el primer aniversario de la Escuela de Cine Comunitario y Fotografía Pohualizcalli.
Esa fue su última aparición en público. Ahí, de nuevo, relató algunas de las muchas anécdotas que vivió a lo largo de su vida. También para eso era incansable.
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Lamentamos el sensible fallecimiento del extraordinario fotógrafo Enrique Metinides. Le recordamos con el maravilloso documental EL HOMBRE QUE VIO DEMASIADO (2015), de Trisha Ziff, el cual formó parte del FICM. pic.twitter.com/yisXOEo75w
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