carlos fuentes

La región de Carlos Fuentes

Antes de él los escritores tenían que ser funcionarios del Estado para sobrevivir como novelistas, pero él comenzó a vivir muy pronto de sus libros

“Aprendí a imaginar México antes de conocerlo”, declaró Carlos Fuentes en su libro Myself with Others, un curioso ensayo autobiográfico que escribió en inglés, en 1988, y que nunca ha sido traducido al español.

Que el más torrencial de los novelistas mexicanos diga esto parece un gracejo, pero en realidad es su gran seña de identidad: la del escritor que observa su propio país con la mirada del extranjero. En el espacio que se abre entre esa mirada rabiosamente cosmopolita y su visión profundamente mexicana de la realidad, se extiende el territorio fértil de su literatura.

Carlos Fuentes nació en Panamá, en la zona del canal que parte en dos el continente americano. Luego vivió parte de su infancia en inglés, en Washington y más tarde, llevado por la carrera diplomática de su padre, recaló en Chile.

Después de ese periplo iniciático, del centro al norte y del norte al sur del continente, se instaló, ya de muchacho, en la Ciudad de México. En 1958, antes de cumplir treinta años de edad, deslumbró a la comunidad literaria con su novela La región más transparente, esa narración de prosa frenética que describe, de manera magistral con todo y sus excesos, “el pastiche irresuelto de la gran ciudad”, como dice uno de sus personajes.

Elena Poniatowska sostiene que Fuentes inventó el oficio de escritor en México, porque antes de él los escritores tenían que ser funcionarios del Estado para sobrevivir como novelistas, pero él comenzó a vivir muy pronto de sus libros, de sus conferencias y de sus artículos: de ese personaje que se presentaba como el escritor total, que pasaba de la ficción a la frivolidad del jet set y de ahí, con toda seriedad, a la alta política internacional.

carlos fuentes Ilustración: Eduardo Salgado

Fuentes aprendió de Alfonso Reyes y Octavio Paz, sus dos figuras tutelares, los vectores de su obra que afloraron desde aquella novela: el misterioso hilo que une a la mitología griega con la prehispánica; la degradación del movimiento revolucionario que, a mediados del siglo XX, ya estaba en estado de putrefacción; la minuciosa deconstrucción de la mexicanidad frente a la omnipresencia de España.

Resulta muy evidente la influencia de El laberinto de la soledad de Octavio Paz en varias de sus novelas y a Alfonso Reyes le debe, entre otras muchas cosas, el título de La región más transparente, que sustrajo de Visión de Anáhuac, un libro que, según Reyes, Fuentes no había entendido del todo. Años más tarde Paz diría que Fuentes “tiene un par de ideas, que ha tomado de mí, pero las ha entendido mal”, justamente cuando Ricardo Piglia declaraba, en su clase de Princeton, que Paz “era un excelente divulgador de teorías y de hipótesis que entendía mal y trasmitía bien”.

Dejemos al margen los ninguneos y las rencillas literarias y políticas que sacudieron, algunas veces con mucha violencia, la vida de Fuentes, para hablar fugazmente de sus novelas importantes, las que van de Aura a Terra Nostra, con el añadido de Agua quemada, el periodo entre 1958 y 1981 en el que el escritor produjo ese apabullante corpus novelístico que es probablemente, a estas alturas del siglo XXI, lo mejor del controvertido Boom que, por cierto, él inventó.

Estas novelas nunca han tenido en España el reconocimiento que merecen, y en cambio tuvieron mucha resonancia sus novelas posteriores, como Diana o la cazadora solitaria o Los años con Laura Díaz, títulos que ya no tienen aquel poderoso esplendor y lo que es peor: distorsionan la visión que se tiene aquí del escritor. Para entender la verdadera dimensión de la obra de Fuentes hay que leer La región más transparente (1958), La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967), Zona Sagrada (1967), Terra Nostra (1975) y la novela en cuatro actos Agua quemada (1981), más su luminoso ensayo Cervantes o la crítica de la lectura (1976).

Los personajes de Carlos Fuentes batallan permanentemente con su identidad mexicana, siempre atravesada por la cultura occidental y, sobre todo, por la omnipresencia de España que mencioné más arriba: “Quetzalcóatl, Venus, Hesperia, España, dos estrellas que son la misma, alba y crepúsculo, misteriosa unión, enigma indescifrable, mas cifra de dos cuerpos, de dos tierras, de un terrible encuentro”, dice un personaje de Terra Nostra, mientras otro personaje de La región más transparente reflexiona: “España, excéntrica, sí, pero excéntrica dentro de Europa. Su excentricidad es la nostalgia de no haber participado en todo lo que, por derecho, le correspondía: en la aventura del hombre moderno”, dice, al tiempo que otro personaje de Cambio de piel se pregunta: “¿O de veras cree alguien que hubiera sido mejor derrotar a los españoles y continuar sometidos al fascismo azteca?”

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