En poesía, como todo lo tocante al gusto personal, somos afines de aquella que nos deja entrever esa otra realidad que se oculta a la percepción de los sentidos, con la que establecemos un diálogo íntimo en busca de intuiciones que nos guíen en ese camino incierto que emprendemos para tratar de entender los misterios de la naturaleza humana.
La obra del poeta Ramón López Velarde (1888-1921) se encuentra entre mis lecturas entrañables, con la que mantengo un vínculo profundo que sigue intacto después de varios años. Acercarme a su poesía significó un arduo placer que me ha permitido atisbar los profundos sentimientos religiosos, amorosos y carnales que lo acometieron y que florecieron a través de su poesía.
También te puede interesar: Con poesía evocan a Ramón López Velarde en su centenario luctuoso
Su vida fue breve, pero fructífera. Nacido en Jerez, Zacatecas, pasó los primeros años de infancia en su tierra natal, más tarde salió para estudiar en un seminario de la capital de su estado durante dos años, luego estudió derecho en San Luis Potosí y pasó los últimos año en Ciudad de México.
El venturoso azar me guió hasta la producción y vida de Ramón López Velarde, poeta rodeado de enigmas e incógnitas reflejadas desde su primer libro de poemas La sangre devota (1916), pero sobre todo en Zozobra (1919), su segunda y más importante obra de este bardo peculiar, de quien el 9 de junio próximo se cumplirán 100 años de fallecimiento a los escasos 33 años.
Tuve la oportunidad de conocer la casa familiar del poeta cuando de manera circunstancial visité Jerez un domingo de mayo de 2004. Esa ocasión presencié el espectáculo de cientos de golondrinas revolotear en la plaza principal que Ramón López Velarde evoca en algunos versos y textos en prosa.
“Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros…”
(Poema “El retorno maléfico”, libro Zozobra)
Convertida en museo, es una casa antigua como varias de las que se encuentran a su alrededor, remodelada y acondicionada con muebles de principios del siglo XX, en la que vivió su familia formada por el abogado José Guadalupe López Velarde y Trinidad Berumen Llamas, quienes procrearon nueve hijos, de los cuales Ramón fue el mayor.
Entrando a mano izquierda recuerdo un pozo de agua que llamó mi atención y del que años más tarde volvería a saber leyendo el poema “El viejo pozo”:
“El viejo pozo de mi vieja casa
sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces
se clavaba de codos, buscando el vaticinio
de la tortuga, o bien el iris de los peces
es un compendio de ilusión
y de históricas pequeñeces”.
Sumergirme en sus poemas, artículos periodísticos, crónicas y críticas literarias acrecentaron mi interés por la figura de Ramón López Velarde, aparejado a las lecturas de ensayos acerca de su importancia como el último de los poetas modernistas y quien inaugura una nueva etapa de la poesía mexicana en los años veinte del siglo anterior.
Católico, abogado de profesión que vestía de manera casi devota trajes negros por el luto que guardó a su padre y también por las estrechez económica en la que vivía, provocaba extrañeza entre quienes lo conocieron en la capital del país por su aire provinciano y vestimenta que lo hacían confundirse con un joven seminarista.
Su poesía poco accesible, de extraña la han calificados sus estudiosos, revela una profunda pasión amorosa:
“Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí un lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida
blancura, que se asfixia bajo toses y toses
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses”.
(Poema “Hoy como nunca…” del libro Zozobra)
La obra poética de López Velarde, celebrada por el círculo de sus amigos, adquirió gran popularidad después de su muerte por el poema “Suave patria”, que el escritor argentino Jorge Luis Borges recitaba de memoria, pero reconocía que al pronunciar el verso “Suave patria, vendedora de chía…”, no sabía qué significada “chía”, esa semilla tan mexicana.
La pasión amorosa que despertó en López Velarde una amiga de su familia en Jerez le llevó a crear a la musa que inspiró sus primeros versos y que continuó guiando sus afanes amorosos de madurez: Fuensanta, mítico nombre en la historia de la poesía mexicana.
En ese impredecible laberinto de lecturas acerca de Ramón López Velarde, me sorprendió saber que Octavio Paz, considerado el poeta más importante de México de la segunda mitad del siglo XX, vivió en su juventud una pasión amorosa que lo llevó a identificarse con el angustioso frenesí que experimentó el jerezano en su adolescencia.
Este 19 de junio se cumple el centenario de la muerte de López Velarde a consecuencia de una pulmonía que pescó al mojarse durante una noche lluviosa al regresar caminando del centro de la ciudad a su modesta casa, en la calle Jalisco, hoy avenida Álvaro Obregón, que alberga el Museo Casa del Poeta Ramón López Velarde.
En los últimos momentos, cuando presentía su muerte, Ramón López Velarde pidió a sus familiares que lo acercaran a la ventana para que ver la Luna: la fiel compañera de la Tierra fue la última imagen que tuvo de este mundo.
Como toda obra trascendente, la de Ramón López Velarde continuará viva y nuevas generaciones de lectores tendrán la oportunidad de conocer y adentrarse en su poesía, sorprenderse con la profundidad de sentimientos de este magnifico poeta que, como recuerda Juan Villoro, murió sin conocer el mar, nunca tuvo una casa ni un reloj, quien cortejó a cuatro mujeres que lo quisieron pero se negaron a casarse con él… quienes hasta el final de sus días permanecieron solteras, como también Josefa de los Ríos, la mujer que inspiró a su musa y amada Fuensanta.
«Murió acompañado… Desde las primeras hora de la noche y hasta que llegó su muerte, el poeta estuvo acompañado por sus más íntimos amigos». Parte de la crónica del periódico El Universal, sobre el deceso de Ramón López Velarde, el 20 de junio de 1920. #Conmemoraciones2021 pic.twitter.com/ToSqrmk1FE
— INAHmx (@INAHmx) June 16, 2021