Monica Ramírez Cano

Alguien tiene que perfilar a criminales como «El Chapo»

Guzmán Loera no tuvo opción, y aunque atravesaron por su carrera delictiva varias oportunidades en las que pudo haber dicho “no”, eligió continuar por la vía ilegal

Hace algunos ayeres escribí en este espacio un artículo que versó sobre si merecía la pena “rescatar el alma de un criminal”. ¡Qué pregunta! Si en estudiar la mente, la psicología criminal, se ha ido toda mi vida. Sucedía que dado el trabajo que había realizado con un grupo de personas privadas de la libertad, a través del teatro penitenciario y la guía de dos grandes maestros en la materia, había almas prisioneras entusiastas convencidas de poder dar un giro en la dirección del sentido que la inercia de la ilegalidad les había marcado.

En ese momento me había convencido a mí misma de que ¡claro que merecía la pena rescatar el alma de un criminal! Sin importar lo que éste hubiera hecho. Siempre he pensado que al ser humano le corresponde por derecho la oportunidad de recapacitar sobre sus actos y reparar los desafortunados. Pero fue hasta una noche de otoño en la que, platicando en el jardín con una copa de vino en la mano, una de mis grandes y más queridas amigas y yo reflexionamos desde su postura como sobreviviente sobre la misma pregunta. A Mimí, como la conocemos sus cercanos, la habían secuestrado cuando tenía dieciséis años. Su secuestro duró 79 días.

Mimí: “Fue en la madrugada del 11 de julio, día del cumpleaños de mi papá, de 2001. Vacaciones de verano. Fue de noche en la madrugada cuando un desconocido entró a mi cuarto, prendió la luz y me dijo que me vistiera. Yo estaba dormida, luego muy asustada; hice lo que me dijo y allí empezó todo”.

La Mimí de aquella noche es ahora una mujer ejemplar, madre de dos hijos, dedicada a las ciencias de la salud y autora de su primer libro, Corazones de papel: el relato de mi secuestro (Cervantes, Irma: 2022), altamente recomendable.

Yo: “Y dime, Mimí, al final del día, ¿merece la pena?”

Mimí: “Mónica, para mí el alma de un criminal siempre será un alma rota. ¿Cómo rescatas algo roto? No se puede”.

El trágico y devastador relato a través del cual recordamos todo a detalle duró más de cuatro horas, una larga charla entre amigas, dolorosa, pero sanadora, y ahora visto el evento desde la distancia, esa en la que encuentran cobijo nuevas emociones y sentimientos que sustituyen los que se habían alojado allí: rabia, impotencia, miedo, coraje, frustración, etcétera. “Esa gente no sabe vivir de otra manera”, me dijo Mimí, “no conoce la vida, esa que hay más allá de la oscuridad, porque siempre han vivido en ella”.

Fue una plática estridente dado que a pesar de que charlábamos como las amigas que somos y compartíamos un rato agradable, ella es una valiente sobreviviente y yo una criminóloga que ha dedicado su vida a la investigación de la mente, de la psicología criminal, y en mi desarrollo profesional realicé el perfil criminológico de uno de sus secuestradores.

Escribe Mimí en su libro que puede ser muy fácil cuando se ha padecido en la infancia maltrato severo de cualquier tipo, que las personas guarden tanto sufrimiento, tanto dolor, rencor, que les lleve a identificarse con su verdugo y lastimen más tarde en su vida a los demás. Sin embargo, en mis más de veinte años de experiencia con criminales, existen aquellos que han cometido crímenes atroces, indescriptibles, y no han sido maltratados en la infancia ni sufrido trauma alguno. Hacen lo que hacen porque pueden y porque quieren, como lo hizo Joaquín El Chapo Guzmán.

Mimí: “Cuéntame de nuevo sobre tu trabajo con El Chapo Guzmán, ese hombre es una leyenda y una tristeza para nuestra sociedad”.

Yo: “Recuerdo que eran las seis, salía el sol. Apenas si había alcanzado a tomarme mi primera Coca Cola light del día para espabilarme un poco. Debíamos estar en el helipuerto para salir al Altiplano y comenzar con las tareas de perfilación de El Chapo. La primera hora estaba asignada a una reunión con las autoridades y el grupo especial que se creó sólo para su seguridad, guardia y custodia. El grupo Cobra. Nadie ajeno podría tener interacción con Joaquín, ni el mismísimo director del Centro de Reclusión. Como lo podrás imaginar, yo era la única mujer. Pasamos al auditorio: 40 elementos capacitados y entrenados especialmente para la tarea y yo. El equipo había sido cuidadosamente seleccionado y venía de fuera de Ciudad de México sólo para cumplir con el objetivo para el que había sido creado.

“A pesar de que yo era parte del equipo del entonces comisionado Nacional de Seguridad y había perfilado criminales importantes para la seguridad nacional, los oficiales tomaban su distancia conmigo. Soy experta en el tema, pero no era uno de ellos. No sabían para qué estaba allí ni cómo tratarme o cómo dirigirse a mí. Finalmente, la única mujer en un mundo de hombres, como siempre lo fue en mi desempeño profesional.

“El comisionado arrancó la reunión con un discurso fuerte, firme y preciso. Nos dejó claro que íbamos a trabajar ‘en equipo’, muchos de ellos ya se conocían entre sí; resaltó que a partir de ese momento debíamos por principio de cuentas enfocarnos sólo a la tarea que se nos estaba asignando, con profesionalismo y absoluta discreción. ‘Mónica —se dirigió a mí—, debes cambiar tus hábitos cotidianos, estarás en funciones y eso debe ser lo primordial para ti. Tu seguridad personal será reforzada y esto va para todos: deberán dejar los móviles fuera del recinto, cuidar lo que hablan tanto a través de él como si salen a comer o cenar, por la gente que les estará rodeando. Acabamos de desarticular una banda de mujeres extranjeras que ingresaron la noche del sábado con la única consigna de acercárseles a ustedes para obtener información y no se cuánta cosa más’.

“A los 40 varones les prohibió flirtear con las custodias de aquí o comentar con amigos, conocidos y familiares sus actividades al interior del centro con Guzmán y mucho menos hacer alarde de ello. ‘Y para ti, Mónica, está prohibido andar flirteando también, cualquier nuevo o nueva persona que se te acerque es una amenaza potencial para la tarea que nos tiene reunidos hoy aquí’. Y continuó: ‘Mónica, señores, forma parte del equipo, porque será la única mujer con la que Joaquín podrá hablar e incluso ver por lo menos por los siguientes treinta días, la única, dado que va a realizar su perfil criminológico. De ahora en adelante la vida de todos ustedes debe estar al servicio de cuidar, vigilar y tú, Mónica, estudiar a El Chapo Guzmán. ¿Está claro?’. Finalizó.

“Todos cubrían sus rostros con el equipo táctico, menos yo. Jamás lo he hecho con ningún entrevistado. ¿Cómo podría pedirles que hablasen conmigo y se sinceraran si yo estoy totalmente encapuchada? Sentido común. Ellos sí, yo no. Mi trabajo es diferente y tampoco involucra al sistema penitenciario. Mi trabajo es estudiar la psicología criminal para lograr nuevas aproximaciones en el campo que permitan entender sus motivaciones, saber de dónde emergen y prevenir.

“Sin duda así fue —continué relatando a Mimí—. Fue una época diferente en mi carrera laboral, cambió todo en un giro de 180 grados. Pasaba la mayor parte de mis días en el centro penitenciario hablando con Joaquín, acompañada de un maravilloso equipo, para después llegar a mi hogar y encerrarme en él. Charlar con él no fue diferente a otros perfiles criminológicos que había realizado, pero el que por lo menos en ese momento hubiese sido el criminal más buscado del mundo matizaba la tarea, en definitiva, de otro color.

chapo celda
Joaquín El Chapo Guzmán en su celda.

“Trabajamos con él hasta ese día de enero en el que fue extraditado a Estados Unidos y la información obtenida de nuestras charlas me permitió compilar detalles altamente significativos de absolutamente todo, de él como el líder del Cártel de Sinaloa, de su infancia, adolescencia, juventud, edad adulta, de sus pensamientos y fantasías más profundas, de sus actividades, de todo un mundo que lamentablemente tiene sumido a México en un ‘terrorismo’ al que nadie se atreve a llamar por su nombre, y ese que tiene a México convertido en una fosa común.

“El perfil guió la tarea para la cual el grupo de seguridad, guardia y custodia fue creado, y nos permitió anticipar y contemplar diversos escenarios que se nos fueron presentando a lo largo de todo ese año. El perfil sirvió para lo que fue estructurado y ha servido, junto al de otros terribles criminales, para entender, jamás justificar, el comportamiento de otros delincuentes, sus motivaciones, la toma de decisiones que llevan a cabo, el porqué y el para qué terminan cometiendo actos atroces que dejan inmensas heridas en los miembros de la sociedad a la que tienen aterrorizada, y sobre todo para identificar a aquellos y aquellas que apenas vienen transitando por la misma vereda y poder prevenir.”

Tomé un sorbo de vino. Mimí también. La pregunta seguía en la mesa.

“Y respecto a si merece la pena rescatar el alma de un criminal —le dije—, me siento afortunada de contar con tu perspectiva de sobreviviente y es precisamente evitar más victimizaciones para lo que hago mi trabajo, aunque a veces no se alcance a apreciar en un todo, pero de manera individual, así como a ti el universo te dio una segunda oportunidad para dejarlo todo atrás y hacer una nueva vida, merece la pena intentarlo con ellos y sobre todo evitar que lleguen los que apenas vienen. Todo aquel o aquella que quiera aprovecharla tiene el derecho a una segunda oportunidad. Eres valiente, te admiro y te quiero”, finalicé.

El Chapo Guzmán no tuvo opción, sí atravesaron por su carrera delictiva varias oportunidades en las que él pudo haber dicho “no”, pero eligió y decidió continuar por la vía de la ilegalidad justificándose con el discurso: “quien consume mi producto lo hace porque quiere”. No obstante, a pesar de haber sido una de las peores tragedias que han azotado y siguen azotando México, el estudio de su mente fue alta y sumamente significativo, como el de muchos otros criminales a quienes he perfilado. Alguien debe realizar esa tarea y yo soy una de ellas.

 

 

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