Aprender danzón

Aprendí a medias algunos bailes sólo para ligar (cumbia, salsa, techno), pero nunca ese
Luis Bugarini Fosse
Luis Bugarini

Una tarde cualquiera me aburrí de cortar las ramas al bonsái y salí a caminar. Hallé pegado en un poste el anuncio de clases para aprender a bailar danzón. Anoté el número. Días más tarde, hablé para inscribirme.

El aburrimiento es una poderosa arma de autodestrucción. No hago alharaca sin necesidad: provengo de la cultura del rock y un baile semejante escapa a mis conocimientos. Aprendí a medias algunos bailes sólo para ligar (cumbia, salsa, techno), pero nunca ese. Me enfrentaba de nuevo a lo desconocido, que me apasiona y persigo afanoso.

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danzón
Foto: Xinhua

Las clases se impartirían en un deportivo cercano a mi domicilio. Apenas pude dormir la víspera por los nervios. Me decía: “el danzón se baila de cachete pegado, pero aún estamos en pandemia”. Entonces venían a mí presagios de muerte y enfermedad. Empecé a ver Danzón (1991) de María Novaro para adentrarme en una cultura que no era la mía.

Imaginé que aquello me obsequiaría anécdotas para escribir, así que me dispuse a ello. Recordaba las imágenes de los danzantes (¿danzonantes?) en el puerto de Veracruz, luego de beber un café y con un puro entre los dedos.

Danzón
Foto: Xinhua

De camino hacia el deportivo, adopté el que me pareció el andar de un danzonero. Incluso me puse el sombrero que dejó alguna persona en casa, que ya no reclamó. Era semejante a los que utilizaban en la película, lo que me dio seguridad al andar. Era mi primera clase.

Apareció al frente un señor que parecía que lo había vivido todo. Tenía el bigote amarillento por el cigarrillo y tan pocos dientes que de poco ayudaba intentar hallárselos siquiera. Era muy sonriente, de cualquier modo. Primera lección.

Refirió que debido a la pandemia, los ejercicios serían individuales. Él iba con su pareja para explicarlos. Empezaron con los más fáciles hasta llegar a cruces y giros inesperados. Era un festín mirarlos.

Intenté hacer los primeros ejercicios. No pude lograr ni aún los más sencillos. En algún punto, mis pies perdieron su capacidad para aprender. Ya sólo iban hacia adelante o hacia atrás, sin más gracia que el avance de un mecanismo rancio.

Danzón
Foto: Xinhua

Pensé que nos veíamos ridículos simulando que bailábamos con pareja. Así lo era. Extendíamos los brazos para girar como si otro cuerpo nos acompañase en la aventura.

También lo pensaron quienes nos miraban por la ventana, y reían a quijada suelta. Por suerte no me quité el sombrero y lo hice descender en mi rostro hasta el punto de embozarlo con elegancia.

El danzón se veía mejor en pantalla y al volver a casa terminé de ver Danzón, que abandoné por responder a los mensajes del teléfono. Nuevas ofertas de cursos llamaban a mi puerta.

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