Cultura del cubrebocas

La obligación de la mascarilla vino bien a los feos (como es mi caso) y a quienes tienen mal aliento
Luis Bugarini Fosse
Luis Bugarini

Era previsible que el cubrebocas llegó para quedarse. Ya es tan parte de la vida cotidiana (al menos para quienes eligen usarlo), que se experimenta una sensación de desnudez e inseguridad cuando no se trae puesto.

Ahora recuerdo que en los días más álgidos de la pandemia, una señora mi increpó en la calle porque le pareció que yo era un negacionista y no utilizaba un cubrebocas. Pero sí traía uno en la posición correcta, aunque ese reclamo me hizo dudar hasta el punto de llevarme las manos al rostro para verificarlo.

El hecho revela que la sociedad perdía confianza en sí misma. Con el paso de los días, se acumulaban las dudas alrededor de la pandemia y sus alcances. Aún hoy no se dispersa esa intranquilidad y falta de sosiego.

Los cambios a la etiqueta en la sociedad se modifican por razones variadas. Imagino que nadie habrá considerado a una pandemia universal como causa de ello. Hoy por hoy las corbatas duermen en los roperos, al igual que las mascadas y otras prendas decorativas.

La obligación del cubrebocas vino bien a los feos (como es mi caso) y a quienes tienen mal aliento (también mi caso). No así a quienes fuman y beben café o redescubren el beso en los labios de una nueva pareja. Es molesto quitarse y ponerse el cubrebocas.

Destinado a ser una prenda regular, se crean los primeros rituales alrededor del cubrebocas. Lo primero fue buscar los más efectivos para limitar el contacto con la enfermedad. Luego se hicieron las primeras versiones estampadas con imágenes de la cultura popular.

Lo que sigue es el uso de telas específicas y cortes que se adaptan a las diferentes formas del rostro. También los elaborados con telas que permiten la ventilación o que se perciben menos sucias que otras.

De forma paralela, urge adaptarnos a la nueva forma de escuchar lo que nos dicen. Una persona con cubrebocas habla con menos volumen y es frecuente tener que repetir lo que decimos o pedir que nos lo repitan.

¿Aún usaremos lociones o perfumes? ¿Labiales? ¿Maquillajes costosos o cremas que tardan horas en secar? La industria de la belleza ha sido una de las más lesionadas por los efectos de la pandemia. Si la salud peligra, lo que menos importa es el aspecto, eso quedó claro.

Al menos se profesionalizan los protocolos para uso de herramientas tecnológicas para trabajo a distancia y se genera una nueva etiqueta con la que armonizar un entorno en el que todos desean hablar, si bien nadie está físicamente presente.

No es consuelo y no podría serlo, sin embargo, aprendemos nuevas habilidades y eso nos mantiene despiertos con un cubrebocas en el rostro, elegido a placer.cubrebocas

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