Cuento

El mítico caso de la dama entrada en carnes

El detective Roberto Portugal regresa para resolver cómo un joven con cuerpo atlético terminó debajo de una mujer desnuda y con evidente sobrepeso

Esa mañana pintada con grasientos rayos solares, Alex despertó con lo que parecía un cadáver sobre él, sin ropa, humedecido, un cuerpo femenino que sufría sobrepeso mórbido achacado a males nunca padecidos. Estaba inmovilizado en su habitación temporal del penthouse, la pesada carga apenas lo dejaba respirar. En sus adentros, ese joven con cuerpo olímpico, de cabellos claros alborotados que se sabía irresistible, siempre supo que la gravedad de sus acciones lo llevaría a lo más oscuro del inframundo. Pero ese día aún estaba lejos, no moriría entre el sudor apringado de la mujer. Borneó la cabeza para hallar el teléfono a una distancia corta pero que cubrió con considerable esfuerzo, parecía retozar con esa masa desnuda. Logró la formidable tarea y alcanzó el celular arrastrándolo con las yemas de los dedos hasta asirlo. Buscó con las dificultades del caso un nombre, el del único con la sangre fría para sacarlo de esa situación y, pensó entre una risa chillona, disfrutar la aventura de sacarse a esa chica de encima.

Llamó a Roberto Portugal.

El detective no lo pudo evitar, necesitaba mantenerse de buen humor, pues lo habían sacado muy temprano del picadero donde pasó la noche. Esta vez se te armó la gorda, Ale. La respuesta fue una rojiza mirada rabiosa. No soy Ale, taradete, respondió el cautivo casi sin aliento, se pronuncia Álesh, aunque te tardes, y ya quítamela. Portugal se aproximó, ladeó el torso para observar. Ya vi el problema, esta señorita tiene un taradete abajo. Alex ensayó la más grotesca de sus muecas, pero fracasó en trocar su encanto. ¿Y qué, ahora me vas a enamorar para que te la quite, Ale?, mejor te dejo ahí. Bien, así está mejor, entonces, antes de sacarte voy a cerrar el edificio con todos tus amorcitos adentro. El matón oriundo de Tacubaya bajó al recibidor del número dos mil treinta y ocho A de la calle Masaryk para atrancar la puerta, encender los sensores de movimiento y tomar los videos; antes de dormir al guardia con una sal hipnótica, lo interrogó sobre entradas y salidas. Después lo dejó dormir, y éste soñaba que perseguía juguetonamente al ese hombre que no pagaba renta pero vivía ahí rotando de departamento en departamento, mas no lo alcanzaba y no lograba besarlo, como era su intención, pero nunca se atrevió a decirlo, ni siquiera en ese mundo.

Disfrutando el trabajo criminalístico, el detective se dio tiempo para fotografiar la escena haciendo énfasis en el rostro de Alex. Guardó varias imágenes para su archivo personal. Pasó una sábana por las piernas de la difunta y torció la tela sobre la rolliza cintura. Los ojos verdes de Portugal brillaron entre la inyección sanguínea arriada por el esfuerzo, el cuerpo terminó por ceder al cuarto intento. Ya liberado, aquel joven de cabellos alborotados se giró. Quiero un masaje, quiero aquí mi masaje, gruñía. Pues llama a tus amorcitos, ¿qué te crees, que te voy a sobar o qué? Alex vociferó, exigiendo. Si yo quisiera, también me amarías, asesino. Entonces aparecieron bisbirindos y apenas vestidos dos mujeres y dos hombres dispuestos a tocarlo con sumo deleite sin recibir recompensa alguna pese a tener al lado un cuerpo.

Serie Detective Roberto Portugal: No te enamores

Ni con la muerta encima dejaste de oler bien, ¿cierto? No obtuvo respuesta. Alguien quiso usar a la gorda como arma para aplastarte y ese alguien seguramente te está manoseando ahora mismo, taradete. Alex entornó los ojos. Pues resuélvelo, sabes que pago bien. Portugal lo vio de soslayo. Pagas con el dinero de otros, pero eres una de mis mejores herramientas.

Era cierto, Alex solía tomar billetes, joyas y besos sin mediar palabra, a veces para hacerse comprar algún capricho, a veces por diversión, sin embargo, también expugnaba resistencias como nadie, revelaba deseos emparedados con vergüenzas empolvadas, derramaba perversiones para darlas a beber, era la opción titánica de Portugal, algo perfecto para quebrar a algún objetivo.Roberto Portugal

¿Hoy no te has picado, Roberto? Te necesito bien, si quieres, por aquí debe haber. A ver, tú, mensito, no me claves las uñas. Ante el reclamo y su dosis de rechazo, el culpable, llamado Gamaliel, vio su respiración atrapada por la fría contracción de la ansiedad. Con sus metro y sesenta y ocho centímetros de humanidad, entradas pronunciadas y tez apiñonada, Gamaliel abandonó la habitación arrastrando soledades de toda la vida espesadas en aquel regaño. Ahora sólo tres atendían a Alex, una rubia lisérgicamente asombrada con cada tacto sobre la espalda del amo, un joven lechoso con más labios que cara y ojos azules estaba encargado de frotar la cintura y una chica bronceada de cabellos alcoholados amasaba las pantorrillas.

Si no confías en mí, me largo y te dejo con tu muerta. Portugal se dio la vuelta. Eso me gusta, el orgullo antes que la victoria, pues anda, haz eso de semblantear a todos y moler a golpes al culpable, yo me animo a ayudarte cuando comiences. El detective ojiverde arqueó una ceja, sin hesitar ordenó que los amorcitos abandonaran el penthouse.

Un pesado mediodía caía afuera. No eres ningún cobarde, te he visto aplicar técnicas de lucha… boxeas como viejito, tampoco te preocupa si el otro se truena, ¿qué recuerdas antes de tu affair con la señorita tamales? Alex saltó a la cama. Celebraba, eso hacía.

Era un pingo y gustaba de festejar las batallas, él se ungía de gloria sin ganar ninguna guerra, porque ya no encontraba nada digno en una era de vulgares, y entonces, hastiado de la empalagosa paz, armaba una farra por cada ocasión. Bautizos, bodas, funerales, visitas… ¿visitas? Sí, claro, la difunta era una visita, pero quién la trajo, qué intenciones tenía, cómo se le ocurrió tomar tanto con una mujer entrada en carnes. Alex elaboraba y Portugal lo interrumpió: pero entrada en carnes de que la hicieron pasar desde hace rato, no de ahorita… Bien, lo primero será interrogar a tus amorcitos, alguno de ellos debió aventarte el bulto. Los dos se rieron y su metralla carcajeante rebotó por la alcoba hasta alcanzar oídos enamorados y algunas lejanas cavernas. De pronto, la sorna se congeló. El cuerpo no tiene heridas visibles, esto fue un pasón, algo le mezclaron con el perico, vele la nariz.

En otro de los cinco departamentos del edificio, el culposo Gamaliel hundia la cabeza entre las rodillas, pero la rubia Jabel, Loana la bronceada y Greg el lechoso comían uvas con despreocupación cannábica. ¿Entonces, cómo llegó?, ¿todos estaban borrachos? Sí, ja, ja, ja. Portugal quiso sorprenderse por la respuesta a coro afinada en sol mayor, pero desde hacía unos cuatro años comprendió que Alex convertía a la gente en algo curiosamente coordinado. En los escabrosos caminos del crimen se presentaban de vez en cuando personas con dones que no le tocaba entender ni explicar, simplemente los usaba para completar casos y cobrar por ello. Así conoció a un ciego que nunca salía del bar de ficha donde vendía chocolates y flores pero que siempre le ofertaba información precisa y carnosa sobre el mundo exterior, lo llamaban El Esqueleto. Años después, ya sobrio, el detective se hizo amigo de una aprendiz de escritora tan delgada como la ilusión y de un bondadoso borracho endemoniado. Ambos le parecían lo más raro del mundo. Y claro, estaba la jefa, pero en ese momento lo único seguro es que estaba destinado a conocerla.

Portugal pensó en barrenar la ya agrietada alma de Gamaliel, así que lo dejó para el final de las entrevistas con cada uno de los amorcitos. Bien… Loana, tengo prisa, debo llevar esto a la policía antes de que el cadáver apeste, a ver ¿qué le pusieron al perico? La languidez de una voz se estiró en bostezo. Nada, la gorda era bien atascada, hasta tuvimos que pedirle al portero que subiera todo lo que tuviera de reservas. La respuesta no convenció al detective, una persona de tal talla y acostumbrada a jalarle necesitaba unas 20 líneas para llegar al hospital, terminar así requería que cortaran la coca con otra sustancia o haber enloquecido. Era viciosa la gata esa, se llamaba algo con ka, Katia, Kara, Kari, ay no sé, algo así, y en chinga a querer darse al Alex. La joven de piel dorada se tendió sobre un futón, usaba una blusa de satén celeste con un botón al pecho y pantaletas anaranjadas. Tipa espantosa la cerda, como salida de un congal de Tepito. Portugal dudó que ella conociera un burdel barrial pero le siguió el juego. Entonces, los otros amorcitos se la trajeron de Sullivan o de Tlalpan, ¿no? Será mejor que te acuerdes quién la trajo. Loana se puso en jarras sin levantarse. Sirí mijir qui ti acuirdis… Ash, mi marido es un menso que ni eso puede, Greg tal vez, pero le da asco hasta oler a la prole, y Jabel siempre está hasta la madre. No sé, apareció en la puerta.Roberto Portugal

La celotipia siempre es la sospechosa principal en un homicidio, aunque se retuerza y se disfrace de meliflua calidez, protección y hasta amor. Todo en nombre del amor. El detective despachó a Loana y llamó a la rubia Jabel. Enfundada en hot pants carmesí retro, cubriéndose con una blanca camisa de hombre desabrochada, la joven caminaba palpando asideras de sonidos invisibles talladas en ecos y maullidos reflectantes. Vio de cuerpo entero a Portugal, supo lo que había en ese adicto ojiverde y no pudo sino llorar por todas las sombras rechinantes que lo acompañaban. La primera siempre sabrá quién eres pero te negará, otra te quería y un día regresarás ese amor, la tercera te salvará de ti mismo y todo se cumplirá. Eran palabras intoxicadas desde labios pastosos, delirios, pero él se desencajó por un instante. ¿Quién trajo a la gorda?, solo dilo. Jabel rastreó los susurros fétidos que invocaban a la invitada, temió a la Noche que llamaba a su hija ausente y le rogó a Portugal que la devolviera a su madre. Él abrió mucho la boca, como si lo hubieran espantado y dejó ir a la rubia sin entender lo que significaba. Se tomó un momento antes de hacer pasar al lechoso Greg con el fin de sacudirse del pecho ese frío provocado por aquellos dichos demenciales. ¿Era frío?

Serie Detective Roberto Portugal: El coro de los ángeles

Greg se deslizó regando desdén. Ni siquiera volteaba a ver al detective cuando sus voces raucas resonaron. Que sea rápido. Desde luego, esa orden provocó lo contrario y la entrevista se fue prolongando hasta lograr una contracción agria en el rostro pálido del hombre quien sólo vestía un jeans. Preguntas sin sentido, contextos estrafalarios para cada una de esas cuestiones, cuentos distantes, historias arenosas. A Greg le repugnaba cada nota en el aliento de Portugal percibida con su finísima nariz, respingaba, se retorcía, hasta que su pensamiento comenzó a estrellarse con las paredes de la mente: que cierre el hocico de una vez, carajo, que se largue maldito indio asqueroso, ya, de una vez, que me deje ir, ya, prieto de mierda, a eso hueles, a mierda, a mierda.

Portugal sabía que no era culpable, la gorda, a vista de todos, no era su tipo, no se habría atrevido ni a tocarla, como lo explicó Loana, pero dejó arder a Greg en su dolor por obedecer a uno que, para él, siempre sería inferior aunque era perfectamente capaz de fulminarlo con un solo golpe. Vete. La seca y solitaria orden lo hizo espumar, aún así no dijo nada, salió de la habitación a convivir con sus cortedades.

Tocaba Gamaliel. Si sus cálculos eran correctos ya sólo se trataba de soplarle para ver el desplome, estaba de mírame y no me toques. El culposo se sentó lentamente sobre el piso. Canta, ándale, Alex va a sacarte de la bronca de todas formas, para eso me llamó, Gamita. Tú échale sin miedo, campeón. Pero el disminuido sospechoso permanecía mudo, el rictus pasmoso, al punto del llanto, se quedó congelado. Todo el esfuerzo para muy poco. Mira, Gamita, sólo dime quién le metió algo al perico de la gorda y ahí muere, nos relajamos, echamos un trago, te regresas a masajear a tu rorro. Sin embargo, nada, hubo que recurrir a algo más bajo. Con razón Loana siempre me dice que eres un inútil sin huevos y que cuando se te llega a parar no duras ni tres minutos, pobre pendejo. Los colores se le subieron al rostro, el interrogado embistió contra Portugal con aires de saeta envenenada, mas se topó con un puño cerrado y dio al suelo, de donde fue levantado violentamente. ¿Y qué, no te gustó? ¿Quieres saber qué más me cuenta tu mujer cuando estamos solos? Gamaliel se combaba entre chillidos estentóreos, escurría sangre y gruesas lágrimas por su nariz, manchando de iras los zapatos de Portugal. ¿Y entonces qué? De seguro te chingaste a la gorda y se la aventaste al Alex, a lo mejor de veras no te gusta tanto compartir a tu esposa con cuanto cabrón pase por aquí, a lo mejor quisiste quedarte a Alex para ti…

Gamaliel forcejeó ya sin fuerza, su figura desvaída se escurrió hasta el piso y comenzó a gimotear. Sí, sí, sí… Ella se apareció muy temprano para la fiesta, yo iba a cortar la coca con analgésicos para la columna, iba a chingarme a Greg pero esa gorda salió de la nada, me sorprendió, lo revolvió todo, nadie se podía meter eso sin morirse. El detective arqueó una ceja y respiró por la boca brevemente, desde luego que ninguno de los amorcitos iba a atentar contra su amo, otra cosa era jalar la hebra de los celos entre ellos. El lechoso era el objetivo, el culposo falló y la gorda cayó. Le preguntó a Gamaliel cómo fue que la invitada acabó sobre el anfitrión. Ella se metió casi todo lo que había en la bandeja, iba cantando que era la hija de la Noche restregándose con todos, yo pensaba que era el entretenimiento, pero luego le dijo algo a Alex al oído y él se puso feliz, loco de contento, entonces bailaron, se chuparon botellas de whisky como agua y se terminaron lo que había del perico ese, los demás ya estábamos fumigados porque nos entró el diablo en la peda y cuando despertamos no supimos qué pasó.

Antes de que las nubes cardadas aparecieran ante el incendio del atardecer, Roberto Portugal se dirigió a la alcoba principal del penthouse donde Alex brincoteaba sobre la cama alegrándose de su plan para entretenerse.Roberto Portugal

—De veras nunca huele mal donde tú estás, ¿cierto?

—No, nunca, dicen que mi madre despedía un tufo vomitivo, usaba perfume sobre perfume.

—Entonces, todo esto fue para divertirte, ¿no?

—No seas aburrido, hace siglos que no me encontraba con Kakia y la pasamos bien, a falta de acción.

—¿Por qué sigue tirada?

—Porque es hija de la Noche y la Noche se la llevará.

—Esto te va a costar muy caro.

—Lo que sea por desaburrirme en estos tiempos de cobardes.

Roberto Portugal recorrió las calles al anochecer mientras los amorcitos se acurrucaban con Alex, Kakia desaparecía y el gorjeo de las aves abandonaba la ciudad. Sólo quedaría una historia que nadie, ni en los tiempos de sobriedad, le creería. Decidió guardar la travesura mítica para sí mismo y regresó al picadero de la colonia Doctores, donde reiría antes de su dosis.

Serie Detective Roberto Portugal: El extraño caso del Ocito riko

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