“Diana y las hienas” de Virginia Hernández Reta

A menudo se olvida que el cuento también es una oportunidad para la transmisión de una anécdota o una historia estrambótica, si se quiere, pero contada con economía de medios
Luis Bugarini Fosse
Luis Bugarini

Cierta cuentística del Boom (en específico la de Julio Cortázar) y la de Jorge Luis Borges, dejó la sensación en los lectores de que el cuento hispanoamericano debe ser metafísico, ultramoderno, que debe poner a prueba nuestra inteligencia y nos debe llevar a buscar títulos y autores perdidos. O, por el contrario, que debe ser profuso en detalles para “despistar al lector”, como si uno tuviera tiempo para ello (Juan Carlos Onetti); de orientación social porque ignoramos el estado del mundo y qué hacer al respecto (Mario Benedetti).

O, sencillamente, debe ser una pieza suelta con la forma de una divagación mental hecha por un personaje que camina por las calles de una ciudad que ama y odia, y que siempre es un escritor (esto es importante), en donde lo que se nos transmite es la angustia de estar vivos.

A menudo se olvida que el cuento también es una oportunidad para la transmisión de una anécdota o una historia estrambótica, si se quiere, pero contada con economía de medios, con destreza en el trato con el lenguaje. Olvidamos la perfecta silueta del cuento que admite ser leído “en una sola sentada”, y que nos transmite la indecible felicidad de entenderlo sin la intervención del crítico literario del momento, o de un doctor en física que nos explique los misterios del universo. En ocasiones, sólo queremos que nos cuenten una historia, y si es breve, mucho mejor.

Virginia Hernández Reta (Ciudad de México, 1966) se propuso volver a la tradición del cuento, en donde lo que menos importa es resultar asombroso, y su título más reciente, Diana y las hienas (Ediciones Periféricas, 2023), se recorre como un ejercicio escritural que nos devuelve la confianza en la transmisión de una historia. Así como se lee: historias sin más galanura que la imaginación de la autora para transmutar esa historia de la vida real en un andamiaje narrativo eficaz y breve. Este libro de cuentos avanza sobre la solidez de cada pieza hasta entregarnos a la que da título al volumen.

Todo parece indicar que a Hernández Reta le interesa la literatura, lo que no puede decirse de múltiples escritores. Todo en su libro habla de ello. Pasa de largo ante la posibilidad de escribir alguna pieza “feminista”, por ejemplo, y se concentra en que las piezas que eligió para que funcionen los relatos, sean de las medidas adecuadas. No hay divagaciones, ni fugas de pensamiento. Una acción se liga a la siguiente de manera secuencial y la sensación que transmite es la de la higiene narrativa y respeto por el oficio. Uno celebra hallarse un título con estas características. Se siente la seguridad de haber llegado a casa.

La temática de las piezas anda de la extrañeza incontenible a la tragedia inexplicable de un suicidio; de las formas grotescas de un oficio de ladrón a un fenómeno natural que saca lo peor del individuo. El terreno de acción de Hernández Reta es la palabra y ahí puede hacerse lo que sea, siempre que se respeten las reglas de la tradición. No hará falta dar de gritos para anunciar que la autora es una mujer y que acudan a leer su libro. La gran literatura es asexuada. No importa si leemos a Safo o a Marguerite Duras. Un lector con sensibilidad puede entrar a cualquier universo, incluso fantástico, sin importar si lo escribió Ursula K. Le Guin, Angélica Gorodischer o un católico: C. S. Lewis. Hernández Reta no pide más que seguir un hilo argumental de sus historias y avanzar hasta la última palabra. Porque cuando éstas importan, se vuelven amuletos para el lector, que camina por los renglones del cuento con una protección en caso de extravío.

Lo que hace Hernández Reta en este volumen es vincularse con la tradición del cuento y olvidarse de ser “prodigiosa”. Se resiste a la tentación de siquiera intentarlo —celebremos esta elección. Ella intuye que las hipótesis fantásticas aplicables al cuento se agotaron y lo que queda es volver a las fuentes originarias: contar una historia del mejor modo posible. Así que no hay imitaciones de Tario, ni pastiches de Amparo Dávila. Eso está bien para las autoras deseosas de una entrevista. Hernández Reta se planta en el centro del escenario y cuenta su verdad sobre lo aprendido del oficio, que no es poco, ni desestimable. Este modo de rebeldía puede llevar a que sus cuentos sean considerados como “conservadores” o “tradicionales” por quienes leen afanosos de hallar un mecanismo secreto para descifrar el universo. ¿A quién puede importarle?

La autora, por el contrario, se planta en su rebeldía y no permite intromisiones ideológicas en su trabajo literario. En su discreta presencia (apenas tengo noticias de ella), elige comunicarse con el medio literario a través de la creación, en lugar de ataviarse con dimes y diretes que a nadie importan. Las historias de Diana y las hienas aportan a nuestras letras desde esa idea, casi en desaparición, que exige a los autores un ejercicio decantado de sus palabras y silencios. Y no sólo desde la de quienes palomean a la escritura y a los autores si los postulados ideológicos son afines a sus convicciones. Aquí hablamos de literatura y no de carne de cañón escritural para la siguiente marcha. Tan sólo, literatura.

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