Luis Bugarini

Narrativa bíblica y posmoderna

La Biblia es un evento de primer orden en la historia de la escritura en el mundo y no puede comprenderse sin un entendimiento de su intertextualidad

El acto narrativo es consustancial al ser humano. Su lugar en el mundo requiere de técnicas narrativas para explicar, o al menos arriesgar explicaciones (verídicas o imaginarias), el posible sentido de la existencia. La Biblia es un compendio de relatos ─se estima que treinta por ciento de ella lo es, al menos─, no importa si adoptan la forma de poesía, consejos, sugerencias, indicaciones de naturaleza diversa, disposiciones que deben ser acatadas o modos diferenciados de transmisión de una identidad cultural.

El hecho narrativo es central en una lectura de la Biblia, lo mismo si se trata de la lectura más reciente que realzan los investigadores en el think-tank de moda; si es leída desde una perspectiva específica (las nuevas biblias queer, por ejemplo); o si un creyente se acerca por primera vez a ella con fervor y una postura devocional antes que científica o crítica.

Idear mecanismos para hacer la mejor lectura posible de la Biblia inició con el hecho mismo de su aparición y la comprensión de la narrativa bíblica se impone como un hecho cultural a desentrañar con la ayuda de disciplinas variadas. La diversidad de su composición y los múltiples autores que la escribieron genera una sensación de escritura discontinua y asincrónica. Es un evento de primer orden en la historia de la escritura en el mundo y, pese a ello, no puede llegarse a una comprensión de ella sin un entendimiento de su intertextualidad y de su composición polifónica y prismática.

La Biblia es un compendio de relatos. Esa condición, de manera paradójica, la acerca a las estructuras narrativas de los escritores de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. La composición tradicional de un relato inicio-nudo-desenlace se fractura para dejar al lector la tarea de componer la “linealidad del relato” ─si es que la hubiera─. Este mecanismo de composición es semejante al que utilizaría, siglos después, la narrativa moderna y posmoderna europea y norteamericana. La superposición de planos y el uso de voces sin una línea clara de su origen, genera confusión en el lector distraído, aunque ayuda en la sensación de misterio en una narrativa que tuvo la misión de articular a un pueblo a ratos fervoroso y a ratos descreído. Ello no significa, no obstante, que los autores bíblicos buscasen un sesgo estético en su labor escritural, más orientado por una intención teológica que literaria, pese a que el mecanismo de transmisión fue la palabra escrita.

El texto bíblico es intertextual por naturaleza. Daniel Marguerat e Yvan Bourquin definen a la “intertextualidad” en la lectura analítica de la Biblia como “una relación de copresencia entre dos o más textos o, si se prefiere, como la presencia efectiva de un texto en otro”[1]. Una de las claves en la interpretación del texto bíblico implica realizar la lectura como si se tratase de una superposición de capas. Barry Holtz, por su parte, describe la sensación que deriva de la lectura bíblica en los siguientes términos: “Uno debe […] acostumbrarse casi a un arte cubista, cuya analogía más cercana en los tiempos modernos sea quizá una película documental, a la manera de una marea de voces, memorias y eventos cuyas mutuas tensiones deben sentirse, siempre, como si se fusionaran en una totalidad polifónica”[2]. Eso lleva a pensar de manera natural, en hitos narrativos del siglo XX como Ulises (1922) de James Joyce, El hombre sin atributos (1930-1943) de Robert Musil o Berlin AlexanderPlatz (1929) de Alfred Döblin.

La comprensión de la lectura de la bíblica como si tratase de un artefacto interrelacionado, en el que nada figura por azar o de manera circunstancia, favorece el acto de la lectura y lo vuelve una ocasión para intentar una hermenéutica de altos vuelos. El uso de la ambigüedad, el símbolo y la metáfora ―sea de una sofisticación extremosa o infantil―, así como de estrategias para romper el sentido único del discurso y no temer a ser reiterativo o dictatorial (es la moral para un pueblo), genera un objeto narrativo que puede abrirse en cualquier página para su disfrute, pero que requiere un aparato explicativo que se escribe a diario por decenas de especialistas alrededor del mundo en todas las lenguas.

La lectura bíblica es un acto tenso. Las líneas entrecortadas, sintéticas y resueltas generan de inicio la sensación de ligereza. Un efecto que, tras algunas páginas, termina por disolverse en una sensación de incomprensión o repudio. El episodio del envío de los doce espías por parte de Moisés ayuda en la comprensión de la multiplicidad de versiones en el propio relato. La anécdota es la siguiente: Moisés envió doce espías a Canaán para investigar sobre sus posibilidades de éxito en la toma de control de aquella tierra, por entonces en manos de otro pueblo. Diez de los espías dijeron que no sería imposible porque había gigantes. Tan sólo dos espías, Josué y Caleb, manifestaron que Dios les ayudaría a que la nación hebrea se asentara en Canaán. Así consta en el texto bíblico:

Josué hijo de Nun y Caleb hijo de Jefone, que eran de los que habían reconocido la tierra […] dijeron a toda la congregación de los hijos de Israel:

 

—La tierra que recorrimos y exploramos es tierra muy buena. Si Yahvéh se agrada de nosotros, él nos llevará a esta tierra y nos la entregará; es una tierra que fluye leche y miel.

Números 14:6-8

 

El episodio revela que al igual que en el relato “Rashomon” de Ryūnosuke Akutagawa, los hechos narrados pueden amplificar la realidad hasta volverla una selva intransitable. Ese tipo de elecciones estilísticas prueba que la narrativa bíblica es una expresión de la pluralidad del pensamiento hebreo, y no en exclusiva una acumulación arcaica de hechos para la comprensión del pasado.

Ahora bien, Barry Holtz recomienda la lectura del primer capítulo de Mímesis (1946) de Erich Auerbach, y además le concede el estatus de “clásico”[3]. No es difícil coincidir con su opinión al recorrer esas páginas. Auerbach hace una comparación entre la narración griega (solar) y la narración hebrea (crepuscular). Refiere lo siguente: “No es fácil concebir estilos más contradictorios entre sí que estos dos textos [el capítulo 19 de la Odisea de Homero y el capítulo 22 de Génesis sobre el sacrificio de Isaac], antiguos y épicos en la misma medida”[4]. El autor alemán hace un contraste a partir de una perspectiva narrativa. El espíritu griego, por su parte, tiene un modo de relato abierto y transparente mientras que la narrativa hebrea es zigzagueante y tenebrosa. Las apariciones de Dios no pueden relatarse como si se tratase de un hecho ordinario. Por el contrario, la anécdota debe revestirse con un manto de salutación y abandono.

Auerbach: “El Antiguo Testamento es en su composición incomparablemente menos unitario que los poemas homéricos; es, más obviamente que éstos, una reunión de piezas sueltas; no obstante, todas estas piezas entran dentro de una conexión histórico-universal, de una interpretación de la historia universal”[5]. Es un fenómeno cuya lectura nos remite a la sensación de lectura, por ejemplo, de la U.S.A. trilogy (1930-1936) de John Dos Passos. Es una sensación de monumentalidad lograda a partir de pequeñas composiciones que se reúnen con una finalidad compartida.

Biblia: Narrativa bíblica y posmodernaEl análisis de la narrativa bíblica enfrenta problemas de carácter compositivo, y éstos no son menores. Shimon Bar-Efrat explica: “Omnisciencia quiere decir omnipresencia”[6]. Eso significa que quien relata, con la voz de Dios, debe saberlo todo. Porque en algunas ocasiones es Dios mismo el que habla, y lo que dirá a los individuos no es fácil de idear, ya que sus palabras serán un mensaje universal. Acuña la identidad ética y jurídica de un pueblo. La narración “de inspiración divina” presenta aspectos diversos del propio Dios, aunque nunca demasiados como para visualizarlo en su totalidad. El Dios de los hebreos se pasea de forma misteriosa y debe adorársele de forma exclusiva, so pena de resultar excluidos del plan de salvación. Bar-Efrat explicita aspectos metodológicos de esa forma narrativa: “El narrador no suele darnos información sobre los sentimientos internos de Dios”[7]. ¿Dios tiene sentimientos? ¿Por qué debería tenerlos? ¿Es un Dios humano o su naturaleza es incomprensible?

Utilizo la mención a los “sentimientos de Dios” para revelar lo que se enfrenta en un análisis narrativo: la creación de personajes implica dotarlos de voz, lo que podría generar controversias teológicas y, en consecuencia, cismas o derivaciones interpretativas en el seno de las religiones organizadas. Basten como ejemplos el asunto de los “hermanos de Jesús” o la virginidad de María entre los cristianos para atisbar lo que puede significar el hecho narrado. La forma de relato bíblico, pese a su primitivismo, llega hasta la época actual con un acento de renovación. Es un aliento que narra y no espera nada del lector, como no sea que vierta una porción de su inteligencia en la comprensión del mensaje divino.

George Steiner manifiesta su admiración con las siguientes palabras: “El corpus bíblico, cuya densidad y fuerza de gravedad son, en nuestra civilización, casi inconmensurables, se halla en el centro de una galaxia de comentarios e interpretaciones en la cual cada momento de traducción es en sí mismo un movimiento interpretativo”[8]. Así que no es posible entender la producción cultural de occidente sin un asomo a la narrativa bíblica.

[1] Marguerat, Daniel y Bourquin, Yvan. Cómo leer los relatos bíblicos. Iniciación al análisis literario. Santander: Editorial Sal Terrae, 2000. p. 175.

[2] Holtz, Barry W. et. al. Back to the sources. Reading the classic jewish texts. New York: Simon & Schuster, 1992. p. 35. Énfasis añadido.

[3] Op. cit. pág. 72.

[4] Auerbach, Erich. Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. México: Fondo de Cultura Económica, 1996. p. 17.

[5] Op. cit. pág. 22. El subrayado es mío.

[6] Bar-Efrat, Shimon. El arte de la narrativa en la Biblia. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2003. p. 20.

[7] Op. cit. pág. 23.

[8] Steiner, George. Un prefacio a la Biblia hebrea. Madrid: Siruela, 2000. p. 15.

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