Sarai Aguilar muertas

‘Las muertas’: Luis Estrada siendo Luis Estrada

Resulta ofensivo que se maneje de una manera soez algo tan doloroso y hubiera sido preferible desnudar las problemáticas antes que a las actrices

Al parecer, no solo el pueblo tiene memoria corta en las urnas, sino que la audiencia también la tiene frente a la pantalla. Esto queda comprobado en la nueva serie de Luis Estrada, basada en la novela Las Muertas, de Jorge Ibargüengoitia. Dicha obra está inspirada en el tristemente famoso caso de trata emblemático por excelencia en México, Las Poquianchis.

En la narración de Ibargüengoitia sobre madrotas brutalmente controladoras nos encontramos con una narrativa de fuerte crítica social, que muestra la búsqueda de venganza de una de ellas, exponiendo su lado humano a través del odio generado por el amor no correspondido y pasión no satisfecha. Una sátira que no rebaja ni diluye la cruda problemática que nos presenta.

No obstante, la serie de Luis Estrada es otra cosa. Si bien en un principio arranca con una clara referencia a la forma como Ibargüengoitia retrata a la prensa amarillista, conforme avanzan los episodios se van diluyendo en una trivialización del problema, repitiendo una vez más las fórmulas y chistes a los que el director nos tiene acostumbrados desde La Ley de Herodes, Un Mundo Maravilloso, La Dictadura Perfecta y ¡Que Viva México!

La problemática reduce su crudeza y en cambio se muestra la actividad sexual de las madrotas y las mujeres explotadas casi como placenteras, haciendo que se olvide que se está hablando de la explotación de personas.

Las burlas y el regodeo sobre la demagogia priista y la prensa coptada de la época –tan habituales en la filmografía de Estrada– se repiten una y otra vez a lo largo de la trama. Pero no siempre se sienten justificadas y apropiadas.

Las muertas, una novela de Jorge Ibargüengoitia

Con todo lo burda y escandalosa que haya llegado a ser la revista Alarma!, finalmente fue la que registró un caso tan escabroso como el de Las Poquianchis en una época en la que rara vez la nota roja –y la misma existencia de la trata y la explotación sexual– saltaba a las páginas de información general. En algún sentido, es un mérito que no se le puede escatimar.

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Y aquí hay otro punto olvidado por Luis Estrada. Si bien la función del arte no es moralizar ni promover el activismo social, es innegable que las únicas constantes que lo ubican son el tiempo y el espacio. El espacio, para darnos la referencia del plano en que ocurren los hechos, y el tiempo, para contextualizar el abordaje y entender su lectura.

Y si bien es entendible problemas tan serios como la trata no alcanzaran en otros momentos un mejor tratamiento que el de la trivialización y la sátira, ahora estamos en una época que hubiera ameritado una mirada con mayor sensibilidad social sobre una problemática que ha roto el tejido social en extremo. Resulta incluso ofensivo que se maneje de una manera soez algo tan doloroso. Y quizá hubiera sido preferible desnudar las problemáticas antes que a los cuerpos de las actrices.

Al final del día la novela de Ibargüengoitia solo fue un pretexto para repetir las fórmulas y ver a Luis Estrada siendo de nuevo Luis Estrada.

La IA se humaniza: crónica de una metamorfosis

 

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