Ambas están bien

Serafo cumplió con la visita y repartió dulces a las familiares de su esposa, que la acompañaron al hospital cargando los enseres necesarios una vez cumplido el parto
Serie Serafo Emiliano Pérez Cruz

Sin dejar de dar vueltas y más vueltas del pasillo a la sala de espera, una y otra vez, Serafo se frotó las manos y exclamó con alegría:

—¡Niña, fue niña! A la rorro niña, a la rorro ya, duérmase la niña y duérmase ya…

Esperó ansioso hasta que le indicaron que ya podía pasar para conocer a la bebé. Frotó las manos una y otra vez, gozoso:

—¡Fue niña, fue niña! —siguió canturreando y ensayando torpes pasos de un baile ranchero, hasta que la enfermera pidió compostura:

—¡Pues si no está usted en la cantina, o en el cabaré, para hacer esos desfiguros; si no se aplaca, le diré al vigilante que lo venga aplacar, pues éste: qué se ha creído! Hay que aprender a respetar…

—¿Y en qué le falto yo el respeto con mi gusto, doñita? ¡Tenga en cuenta que no todos en la vida estamos amargados, oiga! Habemos personas con sentimientos, faltaba más. No vinimos a este mundo a desparramar amargor, digo yo; a menos que esté equivocado, pero yo sé que no es así, porque colijo que no es así, gracias a mi entendedera…

La enfermera se marchó meneando la cabeza. Serafo cumplió con la visita y en la sala de espera repartió dulces (acitrones y calabazates) a las familiares de su esposa, que la acompañaron al hospital cargando los enseres necesarios una vez cumplido el parto: pañales, camisitas, chambritas, aceite y talco, un frasquito de perfume, minúsculos zapatos de estambre, pequeñas tilmas…

—Después de tres labregones, ya era justo que naciera una niña, pues qué carambas —insistía el hombre en expresar su contento. —Las niñas son más cariñosas, atentas, acomedidas, lo ven a uno cuando ya no puede uno con la edad. Cuando menos eso dicen los papases que tienen hijas, y pues habrá qué creerles, digo yo…

La tía Tana, sin abandonar su silla en la sala, lo reconvino:

—Qué importa que fuera niño o niña, Serafín: bonito o feo, lo importante es que la mamá y el recién nacido están con bien, se cumplió la voluntad de Dios. Eso hay que agradecerle al Altísimo, pero no con esos desfiguros, téngase en calma; sea prudente, digo yo, y no se vaya a molestar…

—Pues hubo empate en la voluntad de Él y la mía, y todos ganamos, tía. Bernarda le tocó por nombre en el calendario, pero yo creo que le pondremos como a la mamá, con el nombre de la virgencita primero: María, y luego: Teresa.

En verdad que estaba alegre Serafo. Una vez al volante del camión 12 toneladas compartió su gusto a los macheteros; sus ayudantes, como si se hubieran puesto de acuerdo, exclamaron:

—¡Eso amerita celebrar, Serafo! Nosotros invitamos los pulques…

—Les acepto un litrito y ya, pero después que encierre el camión —dijo.

Ya con las mujeres en casa, cargó una y otra vez a la bebé, como no lo hizo antes con los varones; apenas aprendió a caminar y para todos lados iba con ella.

El menor de sus chamacos resintió el cambio y se puso chipilón, los celos le afectaron y se ganó buenos manazos para que no se desquitara con la niña, a quien intentaba propinar pellizcos.

Los demás hermanos se peleaban el turno para cargarla y besuquearla, aunque le dejaban los cachetes llenos de mocos.

—Primero se suenan esas narizotas o no se las presto, me la vayan a enfermar —reconvenía la madre y por turnos dejaba que la cargaran, alerta a que no la zangolotearan, “pues se le puede desprender la mollera”, decía y permanecía a la expectativa…

 

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