Arte y memoria

Las nuevas investigaciones en el campo de las humanidades médicas críticas nos ayudan a comprender la experiencia del envejecimiento
Ivette Estrada Su voz

El tiempo, inmisericorde y bello, nos abraza ahora. Extingue los antes, difumina el rostro de quienes amamos cuando fuimos niños. La juventud queda en un horizonte lejano. El tiempo abraza, masculla en murmullos vida, pero nos aleja cada vez más de lo que fuimos.

Todos experimentamos la vejez de manera diferente. Sin embargo, a medida que aumenta nuestra esperanza de vida, la demencia y la fragilidad física nos afectan a más de nosotros durante más tiempo. No podemos ignorar más el invierno inminente en nosotros y en los programas de salud pública.

Vivimos un momento irreversible y crucial en la historia personal y colectiva, llegamos al tiempo de los “nunca antes…” y este, lo sabemos, es el principio del fin.

Las nuevas investigaciones en el campo de las humanidades médicas críticas nos ayudan a comprender la experiencia del envejecimiento y a descubrir nuevas formas de mejorar la vida en nuestro último tramo.

Algunos investigadores, como la médica inglesa Liz Barry, incorpora la “fenomenología práctica”, que se centra en las experiencias personales de cada persona mayor y aplica esos conocimientos a actividades prácticas para involucrar a esa población en nuevas formas de mejorar su bienestar.

Talleres literarios, musicales y de danza se establecen como los mecanismos para ayudar a vivir y permitir la propia comprensión de un nuevo estadio de experiencias y vida.

No se trata de llenar el tiempo, es involucrar activamente con las personas mayores y dotarlas de nuevas maneras de expresión, de vehículos para compartir con otros sus experiencias y conocimientos, establecer nuevos recursos para dar, para no confinar a la nada la memoria.

El arte aparece como fundamental, porque conecta de manera directa con las emociones y logra que se salven sesgos y prejuicios como “yo qué puedo enseñar ya” y un tristísimo y acendrado credo de inutilidad y minusvalía.

El arte nos rescata a todos nosotros, los que ya sabemos que no nos queda mucho tiempo. Entonces las expresiones artísticas nos acercan a una dimensión más benigna y dulce de mirarnos y comprender que el tiempo avasallante nos ha dejado muchas cosas que podemos dar a los otros, como expresiones preciosas de nuestra comprensión del mundo.

Leer poesía, escuchas música, contar un cuento, atreverse a bailar e incluso silbar una melodía que nace del recuerdo y de nuestra actual percepción del mundo nos blinda de la obsolescencia.

Reconectarnos con nuestra esencia nos permite asumir que la vejez es una época en la que podemos disfrutar y compartir valores, esos que aún experimentamos, como la verdad y honestidad, pero también estadios de serenidad, el juicio para actuar y decidir, la belleza de los hechos sutiles, el arrobo ante nuevas maneras de crear y construir.

El arte, cualquiera de sus manifestaciones, nos dota de voces nuevas y paradójicamente, son milenarias. Nos ayuda a reconectar con quienes somos.

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